The Sloth & Hand

Había tenido que reunir mucho tiempo antes de enviarle una invitación a Milena para invitarla a tomar algo. Me había enterado de que estaba en Brigantia porque me había parecido ver en sus clases de Magia del Mundo por lo que, en aquel sábado por la tarde, y aburrido como nadie en mi facultad, decidí que era momento de dirigirme a ella de un modo a otro.

En verdad no habría sido capaz pero el hecho de no tener nada que hacer había sido un vehículo más que factible para decidirme finalmente. Le envié una pequeña lechuza citándola en el Sloth & Hand, una especie de pub para magos más o menos selectos cerca de Bond Street y siquiera había llegado una hipotética respuesta cuando ya me estaba pensando la facha con la que iría y muchos temas de conversación para que ella no se aburriese. Sabía de buena tinta que la realidad no-mágica le daba mucha curiosidad y que quizás ya se hubiera hecho con un grupo de amigos neoliberales entre los que yo no pegaba ni de lejos.

Llegada la hora me decidí a empezar a desperezarme y me puse un poco nervioso, pero después de un shot de mastika (que tenía guardada muy bien escondida en uno de mis baúles) di lustre a mis zapatos y mientras me ponía la túnica de un borgoña casi negro me asaltó el pensamiento de que quizás el mensaje que le envié no le llegara o que finalmente optase por dejarlo plantado pero, en verdad, estaba siendo muy paranoico porque Milena rara vez había declinado mis ofertas. Aunque éstas se hubieran reducido a seguir carteándonos durante el año o compartir un helado cuando apenas éramos unos críos. Cerca de las once de la noche llegué al lugar utilizando la Red Flú en el Callejón Diagón y me alegré de no tener que pisar suelo muggle, más que nada porque no habría sabido cómo demonios llegar al lugar a tiempo.

Quedaban unos cuantos minutos para que ella llegara así que, para empezar con buen pie la noche y necesitando algo de combustible para soltarme con ella, me pedí un sencillo y corto vaso de whisky. Le di un trago largo, escuché un poco de la música tradicional irlandesa combinada con la voz de un cantante que no conocía y que salía de fondo, y le di otro sorbo rápido y brusco unos segundos después.

Enseguida noté el sabor amargo con más intensidad que antes y aunque me quemaba como a todo el mundo siempre había tenido buena tolerancia al aguardiante, pensé para hacer tiempo y no empezar a devanarme los sesos. Me pedí otra ronda pero esta vez no vacié el vaso con tanta facilidad, no quería que en cuanto Milena llegara pensara que me estaba emborrachando como un loco. Para mi, ciertamente, las opiniones eran bastante importantes.

Recibir aquella pequeña lechuza de plumaje moteado y enormes ojos ambarinos saltones había sido una grata sorpresa. Sabía que Grigor estaba en Brigantia porque se lo habían comentado, y es más, tenía hasta entendido que iba en su misma facultad. Curiosidades de la vida o presiones académicas, como fuera, no habían logrado coincidir hasta aquel momento. Definitivamente habría que remediar esa situación, era solo cuestión de organizar de mejor manera sus horarios.

Guardó en su bolso la nota que le había dejado una alegre sonrisa en los labios por el resto de la tarde y tras recompensar a la mensajera con algo de alpiste por su buen trabajo siguió haciendo todos los deberes que se había programado para aquel sábado. Necesitaba sentarse a leer detenidamente una serie de bibliografía necesaria para redactar un ensayo que tenía pendiente, y aunque traer aquello encima le estresaba un poco, no era nada que ameritara siquiera el plantearse rechazar la invitación para quedarse en su habitación a adelantar el trabajo.

Si hubiera sido otra persona y otro lugar lo primero que hubiera hecho sería ir a buscar a Siobhan o Saorise para que le orientaran un poco sobre qué ponerse, o pedirles tal cual que le prestaran alguna falda – tenía que estar helando para que Milena usara pantalones, esa era la verdad -, pues seguía sintiéndose muy inadecuada entre según que grupos o situaciones. Por fortuna su buena voluntad y curiosidad solían compensar las situaciones incómodas en las que se llegaba a encontrar y, lo admitía, el carisma heredado de su madre influía mucho en ayudarla a salir bien parada de casi cualquier situación. No obstante con Grigor no había por qué mostrarse segura, con él y su invitación y el lugar que había escogido se sentía cómoda.

Así que se vestía con una túnica color chocolate sobre un vestido de un tono ciruela intenso pues los tonos otoñales empezaban a predominar en su armario. Se dejó el cabello a medio recoger, apartando los mechones rubios de su rostro con un par de pequeños sujetadores de cristal y tomando su bolso y su varita antes de lanzar los Polvos Flú a la chimenea de la sala común.

Lo primero que escuchó fueron las notas de música perteneciente al folklor de la cultura de la que era huésped, a la que aún no se acostumbraba del todo pero fiel a los intereses que le habían llevado a decidirse por la carrera en la que se formaba le parecía de lo más interesante.

Su sonrisa se amplió al reconocerlo sentado y de inmediato se acercó. Primero a abrazarlo, porque con él había el cariño y la confianza de quienes se conocía desde hacía años, y después de ello besó sus mejillas como todo buen saludo decía que se debía hacer – costumbre que había tenido que moderar con los británicos que no lo veían con tanta naturalidad. – Me dio muchísimo gusto recibir tu lechuza, no puedo creer que no nos hayamos encontrado antes. – En verdad le alegraba verlo y eso no había manera de fingirlo. No se había sentado puesto que, por supuesto, estaba aguardando a que le acercara la silla, no por pedantería sino que así estaba acostumbrada. Le habían inculcado buenos modales, aunque hubieran tardado algunos años en asentarse y volver mansos los rasgos de carácter que llevaba en la sangre.

No tuve que aguardar mucho a que la chica llegara porque en cuanto se encendió la llama de la chimenea de ese pub tan bizarro como encantador, supuse que marcado por las costumbres inglesas o irlandesas tradicionales, lo primero que vi fue su cabellera rubia centelleando a causa de las llamas que la habían envuelto unos segundos atrás.

Enseguida sonreí amigablemente, no muy ampliamente pero sí que lo hice, que ya era un paso y me levasté con brusca presteza para recibirla. Sin que tuviera tiempo a decirle nada me dio un abrazo bastante sentido y yo la correspondió como buenamente pude, tan poco dado a esas muestras de afecto y con tanta gente delante. Una vez nos separamos mee recreé mi tiempo en mirarla todo lo que le dio la gana, una osadía que solo podía atribuirle al alcohol que ya corría por mis venas.

No la recordaba tan guapa, pero entendía muy bien por qué ya no podía mirarla con los mismos ojos de admiración infantil con que la miraba cuando solo éramos unos críos. Siendo niña Milena era eso, una niña, era bastante bien portada y muy educada y aún recordaba sus impresionantes ojos azules mirándolo con una sonrisa entre traviesa y cortés cuando una partida de ajedrez mágico supervisada por nuestros padres, nuestros tíos y medio árbol genealógico común más no era del todo satisfactoria para dos chiquillos.

Ahora, claro, era una mujer y tenía muchísimas más armas para poner enfermo a alguien como yo, que temblaba ante los encantos femeninos que había conocido toda mi vida. No era por nada, pero estaba acostumbrado a un tipo de mujer y solo con las féminas que encajaban en ese estereotipo me quedaba embelesado de verdad. Ni siquiera escuché lo que me estaba diciendo, no podía, tenía una horrible debilidad por las semiveelas y más por Milena pero me encargaría de disimularlo porque sentía que invitarla y estar observando todo el rato su anatomía era ya demasiado desesperado. Como una anunciación de mis intenciones, que la simpatía de ella hacía que se disiparan un tiempo y que pensara solamente en hablar con una buena amiga en medio de tantísima gente, tan desconocida y tan diversa. Era, definitivamente, un soplo de aire bien fresco.

- Sí, tienes razón. -

Esa era una respuesta muy versátil, siempre me valía bien cuando desconectaba porque notaba o que no me interesaba la conversación o estaba distraído con otras cosas, como era el caso. Decidí serenarme o me daría una bofetada ahí mismo, lo último que quería era que advirtiera mi interés y se mostrara intimidada o algo parecido aunque algo me decía que ya estaría acostumbrada a ese tipo de atenciones.

Tras unos segundos romper el hielo (o mi hielo, aunque no era hielo precisamente) hablando sobre lo típico, la universidad, me pareció la mejor alternativa. Ya luego entraríamos en otros temas que me llamaban muchísimo más.

- Haces Magia del Mundo, ¿verdad? -

No quise que pensara que sabía que estaba en Brigantia y no la había llamado inmediatamente, cosa cierta pero más que por desinterés por pura, dura e infranqueable timidez.

- Me lo dijeron hace muy poco y por eso te llamé. ¿Cómo están todos en casa? -

Le pregunté, a sabiendas de que su padre tendría que estar pasándolo bastante mal por el asunto de la escasez del bezoar. Mi madre me había informado que el señor Nikonov tomaba mucho partido de esos asuntos y eso era algo que me interesaba, más que nada porque los asuntos diplomáticos habían protagonizado desde mi adolescencia mis sueños vocacionales.

No podía fingir que no se daba cuenta, cuando menos hasta cierto punto, que el influjo de su sangre afectaba a Grigor en algo. No podía darse el lujo de ser una persona ingenua en cuanto a aquellas cuestiones, o decir que jamás se había aprovechado de ello sería una mentira. Por supuesto que alguna vez había caído en la tentación de valerse de aquel aura de encanto que la rodeaba para salirse con la suya en alguna ocasión. Las primeras veces le había azotado un sentimiento de culpabilidad por ello, considerándose frívola y manipuladora. Eventualmente decidió tomarlo como lo que era, un recurso del que gozaba y que, si no podía hacer nada por negarlo ni controlarlo, entonces no aprovecharlo sería, al final, una necedad. De cualquier manera, jamás se había visto involucrado en nada demasiado escandaloso, y si de algo gozaba Milena era una reputación impecable.

Lo que ella no tenía manera de saber era exactamente cuán profundo era el interés de Grigor en ella. Al no saberlo no había manera de sentirse intimidada por la insistencia con que la miraba. De cualquier forma, tratándose de él, jamás podría sentirse amenazada.

Tomó asiento entonces, luciendo aquella regia postura que tanto había sido empeñada en inculcarle hasta que terminó por adoptarlo como algo natural. Se encargó de pedir con voz suave algo de vino élfico para ella y acompañar así el whisky que él tomaba para luego dedicar toda su atención a Sevar, sonriéndole de manera encantadora.

- Si, así es. Este es mi segundo año. Había comenzado en Leyes Mágicas pero después de un tiempo me di cuenta que no era lo mío. A mi padre no le pareció tan buena idea. Ya lo conoces y lo que le hubiera gustado que me recibiera de abogada. - Rio un poco, no obstante los deseos de su familia, era su vida y su carrera decisión suya y de nadie más y no tenía duda al respecto sobre haber tomado la decisión correcta.

- Había escuchado por parte de mi madre que tú también llegabas a Brigantia, pero no supo darme más detalles. ¡Imagina lo que me sorprendió saber que compartimos hasta facultad! - Justo entonces llegaban con su copa de vino, misma que recibió con una gentil sonrisa antes de que le preguntasen a Grigor si acaso deseaba algo más.

- Madre está bien, como siempre, gracias por preguntar. Padre ha tenido épocas mucho más tranquilas, como podrás imaginarte. Me parece que esta situación no es una que de señales de que vaya a solucionarse pronto. Escuché que incluso los estudiantes de Ingeniería en pociones están comenzando a tratar con métodos alternativos para elaboración de antídotos. - Si era tenso para ella que en realidad nada tenía que ver con las negociaciones, para su padre era algo realmente complicado. Demasiado en juego, muchos factores a considerar. El rechazo de Drumstrang a participar en el torneo era algo que todavía causaba ruido y enfurecía opiniones al respecto. - Les haré saber que preguntas por ellos, les alegrará escuchar de ti. Pero cuéntame, ¿cómo te trata Gran Bretaña a ti? - Preguntó antes de dibujar una de sus mejores sonrisas y tomar con elegancia en sus movimientos la copa de vino frente a ella.

- ¿Leyes? - pronuncié rápidamente y poco antes de que ella hubiera comentado todo eso sobre su padre, historia que por distintos motivos él también compartía con ella. Había conocido al padre de Milena y aunque no lo consideraba ruín y sexista sí lo recordaba como un hombre de severidad feroz, incluso más que la de mi propio padre. Recordé casi instantáneamente que mis hermanos, los dos, se encaminaban hacia esa carrera y que yo parecía ser la oveja negra por haber escogido una carrera demasiado romántica.

Que de qué iba a vivir, que si pensaba que mis padres iban a estar toda la vida ahí para soportar mi manutención mientras yo me dedicaba a estudiar culturas y civilizaciones mágicas de alrededor de todo el mundo. Pecando de un cinismo del que me tenía que deshacer, porque hablaba muy mal de mi, siempre decía que en efecto, que iba a estar sangrándoles económicamente hablando hasta que me diera la gana porque sabía que fueran como fueran ninguno de los dos iba a darme la espalda si me faltaba para comer o si decidía convertirme en un vividor.

Thodor y Yulian tampoco apoyaban mi decisión de inscribirme en Magia del Mundo, pero la opinión del primero siempre me había importado poco y al segundo solo le había dicho con cierta simpatía que había gente para todo en todo el mundo y que si me lo montaba bien podía ser alguien importante. - Mis hermanos hacen Leyes, seguro que lo sabes. - sonreí y le di un trago a mi vaso de Whisky, seguramente carísimo porque estaba bastante bueno, e intenté suavizar un poco el tema.

- De todos modos y si no te va bien puedes dedicarte a eso cuando acabes, si sabes moverte. En órganos de mediación intercultural y esas cosas, te pega bastante. - produje sin quererlo una risa grave que fui apaciguando poco a poco, continué escuchándola porque a mi sí me interesaba mucho el estado de la familia Nikonov, a quienes hacía tiempo que no veía. Mi madre y la de ella eran muy amigas, de toda la vida, y aunque siempre veía a la preciosa señora Nikonova en casa siempre me pareció muy distante. Como si en verdad tuvieran relación con nosotros más por interés que por otra cosa. - Sí, lo del bezoar, es un asunto difícil. Las cosas se relajarán, descuida. - en decir los ingredientes mágicos, por lo intrincado su léxico, solía salirme mucho acento pero con ella poco o nada me importaba que se me notaran mis orígenes. Era absurdo pensar lo contrario. Luego ella me preguntaba que cómo me iba en Gran Bretaña, algo a lo que directamente no supe cómo responder.

¿Qué decirle? ¿Que mi timidez se había acuciado aún más y apenas tenía amigos, que prácticamente nadie se daba cuenta de mi en la universidad, que el idioma me estaba dando más problemas de los que alguna vez había pensado? No podía dar esa imagen de estúpida debilidad en frente de ella, no teniendo como referente a Thodor o a otros chicos de mucho más carácter como referencia. - Bien. - mentí, y enseguida me supo mal haberlo hecho porque a Milena jamás le había dedicado una evasiva tan obvia y grosera. - Miento. - confesé enseguida, sonriendo con algo de tristeza que supe camuflar muy bien. Me sentía extrañamente hablador y sincero. - Aún no me acoplo bien al ambiente universitario, soy un poco negado. - reí de nuevo, sin miedo, sintiéndme cada vez más cómodo y pensando en cual sería mi próximo movimiento. No quería que se aburriese, que pensara que era un muermo.

Así que le propuse algo impropio de mi, aprovechando que la música era bastante más animada y que había un rincón de aquel lugar donde la luz era algo más tenue. - ¿Bailamos o qué? - me levanté y le tendí la mano, avergonzado pero extrañamente emocionado porque nunca había sido tan directo con una chica para nada. Era algo que, sin alcohol de por medio, no me salía. Yo no era tan genial como otros.

- Leyes. – Asintió a lo que le preguntaba, sintiendo que una ligera risa se escapaba de sus labios apenas pronunciarlo. – ¿Qué dices? ¿Me imaginas a mí de abogada? – Ella misma no conseguía visualizarse de aquella manera, por mucho que a su padre le hubiera gustado que así sucediera. No creía que una carrera como Magia del Mundo careciera de mérito o tuviera menos valor que una como Leyes Mágicas, pero aquella era su percepción y era consciente de que dijera lo que dijera no iba a lograr cambiar la manera de pensar de sus padres. Aún así, si aquel era el motivo de mayor discusión entre la familia Nikonov, entonces podía considerarse una persona afortunada.

A ella también le habían hecho aquellas mismas preguntas que a Grigor; si acaso pensaba que un título en algo que no tuviera ningún propósito práctico le iba a servir para labrarse de un buen futuro. Si acaso a ella aquellos reclamos llegaban con menos severidad pues su familia seguía esperando que encontrara un buen marido que le mantuviese y le diera una vida de Princesa Consentida que tal vez muchas envidiarían pero por alguna razón a ella aquel prospecto le hacía sentir escalofríos. Quizá sí que pecaba de romántica e ingenua, pero esperaba lograr ser mucho más que eso, un trofeo del que alardear y nada más.

- Sí, lo sé. Quedé un par de veces con Thodor cuando estuve en Cerridwen, aunque bueno, con el cambio de carrera y todo nos vemos menos. – Y no lo diría en voz alta ni mucho menos frente a Grigor, pero aunque no se lo había dicho explícitamente a Milena le quedó la impresión de que el mayor de los Sevar había tenido la intención de cortejarla y aquello la había cohibido un poco. Siempre se había entendido mejor con Grigor que con él y no dejaba de pensar que aquel súbito interés del hermano nacía del sentirse encandilado por el embrujo de su sangre. Y lo admitía, en lo más hondo de sí misma, aquello era algo que le provocaba demasiada inseguridad.

- ¿Sabes? Eso es justo lo que me gustaría hacer. Eso, o tal vez la docencia. Pero supongo que todo se irá viendo a su tiempo. Debería preocuparme primero por sobrevivir a los siguientes cuatro años. – Echó a reír – sin ser demasiado llamativa, que mal gusto – mientras acariciaba con los dedos el borde de su copa de manera distraída. Le sonrió con calidez cuando le aseguraba que aquella situación tan tensa que se desenvolvía en cámaras altas de gobierno se resolvería. En verdad que esperaba que sí, quería creerle cuando se lo decía, aunque ninguno de los dos tuviera la manera de asegurarlo a ciencia cierta.

Que se confesara mentir en cuanto a lo bien que lo estuviera pasando en la universidad le conmovió. – Es sólo cuestión de darte tiempo Grigor, no te impacientes. – Por encima de la mesa se tomó la libertad de colocar una de sus manos sobre las de él en un gesto cariñoso antes de acercarse un poco más para alcanzar a susurrarle al oído. – Aquí entre nos, los británicos son un tanto extraños. – Rio quedamente a su oído, sintiéndose cómplice y en confianza con él de una manera que no ocurría con la gran mayoría de las personas. Nunca había sido una persona de rebosantes amistades, pero era algo que prefería así. Sentirse perfectamente en sincronía con las personas más íntimas en su círculo, por pocas que estas fueran, a nunca terminar de entenderse con decenas y decenas, por muy amable que fuera con ellos o muchas sonrisas que les dedicara.

La invitación a bailar era algo que le entusiasmó bastante. Era cierto, no lo veía típico del Grigor que recordaba en sus memorias de la infancia, pero ni él era ese chico ya ni ella tampoco esa niña de bucles perfectos y listones de colores en tonos pastel. – No tengo idea de cómo bailar esto. Experimentaremos juntos. – Dio un pequeño trago a su bebida antes de ponerse en pie cuando él le retirara la silla, para luego tomarle la mano.

Grigor gana 11 puntos de experiencia
Milena gana 9 puntos de experiencia