Corriendo

No frecuentaba el campo de quidditch y no planeaba comenzar a hacerlo, no era para ella, para lo único que iría era para los partidos y para ver a Hákan quizá, pero luego no encontraba una buena razón, siempre estaban esos fanáticos del deporte que te miraban mal por querer correr alrededor en vez de montarte en una escoba para intentar emular a las superestrellas del deporte. No podía, no era lo suyo, sabía del tema pero por su familia, no porque fuese una afición propia. Se había sentido un poco pesada últimamente y supuso que era por estar llena de toxinas y esas cosas que los muggles siempre mencionaban en la televisión. El ejercicio no podía hacerle mal, más bien la beneficiaría ya que nunca estaba de más.

No tenía mucha ropa deportiva pero en su baúl tenía dos atuendos para esas ocasiones y se puso uno de ellos, no le gustaba. Nada se veía bien con eso, ni siquiera se pintó las uñas porque le parecía que ni eso iba. Se armó una cola de caballo alta y le puso un lazo alrededor para que se viese mejor, aunque comenzaba a sentirse el viento otoñal no usaría ese feo pantalón que tenía porque algunas polillas habían comenzado a comerse una parte de ellos y habían dejado un hueco bastante notable al nivel de su muslo derecho, para eso mejor esos shorts.

El bosque era la mejor opción para correr un poco, no se adentraría mucho que no era tonta, pero exploraría un poco aunque inicialmente hubiese pensado en solo rodearlo. Era domingo por la tarde y no debería haber mucha gente afuera, casi todos estarían socializando en sus salas comunes o hasta en el bar si es que estaba abierto, no sabía bien el horario del lugar. Llevaba la varita afianzada en la pretina de sus shorts y en un bolsillo de los mismos un monedero mágico que le permitía guardar varias cosas, como un par de botellas de agua, un par de camisetas y una toalla.

Comenzó a calentar cerca de donde estaba una pequeña cabaña que servía para guardar los implementos que se usaban los de herbología para realizar trabajos en el bosque, guantes y ese tipo de cosas que era mejor tener por si acaso. Trotó un poco en su lugar, estiró los brazos, las piernas y hasta el cuello para luego no terminar con un dolor innecesario. Tras unos diez minutos de continuar en ese trámite comenzó a correr tras dejar a buen recaudo sus cosas para que no se le cayesen. Estaría corriendo una hora o algo más, o solamente hasta que quedase agotada.

Quedarse en paz y haciendo nada más que mirar el techo o la chimenea en la sala de convivencia de ogmios era algo que encontraba insoportable. No porque la gente le desagradara, de hecho no tenía ningún problema con ponerse a charlar con quien fuera, los conociera de antes o no sin importarle la edad, la carrera o cualquier otra cosa. Claro que no siempre terminaba bien, ya se había encontrado con alguno que otro imbécil y algún purista de aquellos muy regios que rondaban por ahí. Pero la única manera de saber la clase de personas con las que trataba era acercándose a conocerlos, ¿qué no?

El problema era que después de un rato el permanecer sentada en el sofa, aunque la conversación fuera interesante, se le hacía cansino. Podía ocupar la mente adelantando trabajos y ensayos o matar el tiempo con su libreta y dibujando, pero eventualmente el cuerpo también le exigía ponerse a hacer algo. El quidditch - oh, el quidditch - estaba bien pero a veces no le bastaba. Decía eso porque era poco lo que podía dedicarse a ello y cuando lo hacía era más por darse el gusto o el capricho. Ni siquiera estaba inscrita como oyente. Tal vez debería hacerlo, que escuchaba tantas historias sobre el estilo de entrenamiento de Joachim Ayres que seguro con eso quemaba toda la energía que tenía almacenada y la que correspondía además para el próximo año.

Total que se había decidido a ir a correr. Subió a su habitación, se cambio de ropa y sacó de su baúl el beanie que tenía con bolsa para sus audífonos. Todo en orden para salir a correr un rato por el bosque, que aunque estuviera haciendo un frío endemoniado seguía siendo un lugar muy bonito, y mientras no cayera la nevada todavía podía pasar por ahí con sentir miedo por el riesgo a quedar enterrada en nieve.

Llevaba la música a lo máximo de volumen que podía porque no había otra manera, así le gustaba y ya, por mucho que le dijeran que iba a quedarse sorda a los 35. Llevaba además la varita dentro del bolsillo de su sudadera y fuera de eso nada más, porque no creía necesitar de alguna otra cosa. Llevaba corriendo algo así como media hora ya, siguiendo un sendero ya marcado en el bosque porque obviamente no era la primera persona que tenía esa idea estando en Brigantia.

Problema, que con los audífonos no alcanzaba a escuchar nada más que su música. Ni siquiera las pisadas de alguien que se acercaba. Así que al doblar por un árbol, si no hubiera sido cosa de sus reflejos, seguro que hubiera chocado de cara con nada más y nada menos que Shadow Burroughs, a quien consideraba una frígida antipática y prejuiciosa de esas de primer nivel. Frenó antes siquiera tocarla, pero quien sabía, igual manera bajó el volumen de la música y musitó un escueto "perdón" entre dientes.

Shadow y Robin eran muy distintas, y no solamente por el asunto de Roman. Tenía que ver desde la manera en la que ambas se vestían hasta las costumbres que tenían, correr sería quizá de las pocas cosas que podían compartir y hasta eso hacían en sentido opuesto. El escuchar música a ese volumen a Shadow le parecía horrendo, a una le acababa tapando los oídos y si no estaba en un club no era algo tolerable, sobretodo porque no todo mundo quería escuchar esa cosa horrible que Robin escuchaba. No es que le desagradase, pero como Robin lo escuchaba debía serlo.

Si bien a la rubia le gustaba mucho la música no la escuchaba mientras corría, usaba ese tiempo para pensar, pero no era solamente por eso si no porque estando al lado del bosque le parecía tonto no prestar atención, siempre se escuchaban sonidos extraños provenientes de la profundidad del mismo. A Shadow eso no le daba ni buena espina, por eso es que prefería concentrar todos sus sentidos en lo que hacía.

Estaba bastante tranquila, pensando en que había besado a Hákan, en lo bien que le había ido en su clase de Pociones y en varias cosas que le hacían parecer que los días no podían estar mejor. Y hubiese continuado así, sobre una nube muy densa si no se hubiese topado con Hartmann, la madre soltera, la madre del bastardito, la que destruyó la relación de su prima con el delincuente. Quizá eso último fuese lo medianamente bueno, pero aun así.

Robin y Joseph eran el uno para el otro, ella era una grosera de lo peor y él tenía una boca de mendigo horrenda que tiraba insulto tras insulto, era evidente que acabarían juntos porque esa gente siempre se atraía la una a la otra. Reproducirse sin embargo ya era un asunto más grave, uno que ella no comprendía, que le parecía fatal y prevenible para la gente pensante, no como ellos. Aunque como Joseph había sido novio de Pearlie pensaba ahora que no era tan malo, no tanto, solamente tan delincuente como cualquier otro.

-Deberías bajarle el volumen a eso. Se llama respeto, no sé si sepas de eso.-le iba a decir que no lo sabía porque ella ni se respetaba a ella misma, pero se abstuvo.-

Que va, que para Robin, la única cosa que ella y Shadow Burroughs tenían en común era que ambas compartían dos cromosomas X, cosa que por supuesto, dudaba mucho que la señorita de altísima alcurnia mágica supiera. Que aclarar, no le desagradaba por ser rica, ni por ser de esas brujas muy brujas, le desagradaba porque la encontraba sencillamente insoportable. De esa clase de personas que emitían juicios a diestra y siniestra por sentirse con alguna clase de autoridad moral que la ponía por encima de todos los demás.

Claro que sabía y muy bien toda la clase de cosas que la rubia se había encargado de gritonear como cotorra histérica a quien fuera que estuviera mínimamente dispuesto a escucharla durante el último año que la rubia había pasado en Gryffindor. Importaba muy poco que Burroughs fuera menor y que poco trato, si no es que ninguno, hubieran tenido mientras compartieron el techo del castillo, sin ninguna otra razón en especial más allá del que eran demasiado distintas: sus ideas, sus creencias, sus amistades, sus intereses, sus valores, incluso la manera en que tenían de reaccionar.

No había sido ella la única en mirarla como si estuviera contagiada de algo asqueroso y purulento al momento en que el vientre comenzaba a hacérsele más prominente bajo el uniforme. Ahora podía decir que no le importaba nada de lo que dijeran de ella, pero cuatro años atrás no había sido tan sencillo. Claro que le habían lastimado, y también le había parecido de lo más repulsivo que personas como ella aún se escandalizaran por una cosa como un embarazo. Que no, no se había ido a abrir de piernas a cualquier vagabundo que pasara por ahí ni había sido una de esas chicas que decía no a las pastillas por no querer engordar. Se había embarazado de su novio, con el que se cuidaba, e igual había pasado. Que los preservativos se rompían y hasta las pociones mejor elaboradas tenían un margen de error. Pero igual para según qué personas haberse embarazado había sido peor que contraer sífilis y amenazar con contagiarlos.

- Ay Burroughs, cállate ridícula, que se te va a caer la quijada por hipócrita. Es un puto bosque y ya te dije perdón. – Si, hipócrita, porque para su manera de ver las cosas era la última persona que tenía derecho de andar exigiendo respeto.

Había pasado años siendo amable y llevadera con casi todo el mundo, de hecho sus desagrados por la gente eran cosas muy puntuales y seguían siéndolo aunque eso no fuese razón como para que a alguien le tirase un caldero con poción o alguna cosa así, lo suyo era más el odio interno con el que esperaba que tuviesen una combustión espontánea y en el caso de Robin que desapareciese porque toda ella le parecía una vulgaridad, no sabía si era algún tipo de envidia el que le tenía y al no ubicar esa reacción ya conocida asumía que era por todo lo que representaba.

Para ella no era valiente tener un hijo siendo tan joven, era estúpido. Y eso nada tenía que ver con su tía Frances o con la madre de Angus, esos eran tiempos distintos, Shaodw tenía plena confianza en los anticonceptivos mágicos, para algo se pagaba buen dinero por ellos, seguro por tacaño Robin había comprado cualquier agua de ruda y pensó que serviría. Es que la idiotez tampoco se perdona. Las cosas no eran como Shadow las pensaba, y quisiese Merlín que por maliciosa el karma no le diese hijos a temprana edad, no lo soportaría.

Pero allí estaba, frente a ella con sus prejuicios y con su lengua de víbora que era incapaz de callarse a veces, no es que fuese una constante en ella pero con algunas personas le era imposible comportarse. Es decir, podía hacerlo, no gritaba y se ponía a dar golpes como una cavernícola, pero su mirada era poco amigable al igual que su tono de voz, no encontraba una razón para no serlo, por ejemplo si Pearlie se lo hubiese pedido para no tener problemas con Joe el encuentro hubiese sido distinto. Podría ser hipocresía en ese caso, pero estaría basada en un genuino cariño por su prima, en este caso estaba basado el agregado de fastidio en ese mismo cariño.

-A ver reina, ¿por qué hipócrita? ¿Acaso he dicho que eres mi amiga o algo? Porque ni recuerdo haberte hablado hasta hoy que haces más ruido que un hipogrifo…loco.-le iba a decir que como hipogrifo pariendo pero se estaba conteniendo, y no con intenciones macabras en esta ocasión, sino más bien porque al saberla medio salvaje no se iba a meter en un lío que de no tener su varita lo suficientemente cerca iba a perder porque era una debilucha.-