Dejarse encontrar

No estaba nada feliz, en cuanto llegó a Hogsmeade gracias al traslador, sentía unas inmensas ganas de llorar. Todo fuera dicho, no esperaba que nadie fuera tras ella, por el contrario, esperaba que no lo hicieran porque estaba de un humor de perros. Sentía que de verdad se había equivocado en todo lo que había hecho desde el momento en que pisó Brigantia, exceptuando quizá, la parte en la que había comenzado a afianzar su amistad con Aquila, aunque pensar justo en eso no era lo más sano considerando que precisamente, aspiraciones como las que Aquila tenía eran las mismas que Pearlie debería tener. Y deseaba tenerlas, deseaba volver a esos tiempos en los que su amor adolescente era Octavian Lillyvick y quería honrar a su padre con un buen matrimonio y una excelente carrera. Quería, más que nunca, salir de los tiempos en los que se fijaba en un demente de apariencia de vándalo que se iba a los golpes con quien fuera y se emborrachaba como si no hubiera mañana, como si no hubiera responsabilidades, ni cosas de las que preocuparse.

Pasaba que no envidiaba a las que podían hacer de su vida un papalote y esa, probablemente, era la parte que más difícil le ponía todo. No estaba entre sus planes ser rebelde y demostrarle al mundo que podía hacer lo que le viniera en gana. Había elegido salir con Crawford no por mostrarle algo al mundo, ni por probarse algo a ella misma, sino porque pura y llanamente le había gustado físicamente y también por la manera en que aparentemente se había esforzado por ella, pero ya no estaba muy segura de que eso fuera suficiente. No importaba cuan joven fuera, cuan dispuesta estuviera a experimentar, el punto era que las cosas no se hacían así, y ella quería hacerlas bien.

Nunca había estado involucrada en problemas de ese tipo y no quería estarlo. Por otro lado, también le había servido para darse cuenta de que no era compatible con el resto de la gente con la que creyó que podía serlo. No había tenido una conexión sincera con nadie, por más que intentara ser amable, tampoco era como si se hubiera esforzado y las pocas personas en las que confiaba de primera impresión, poco a poco iban dejando sus pieles como cebollas, y lo que había dentro, no estaba segura de que le pareciera agradable. No estaba en el mejor momento del mundo.

Lo más simple era aparecer a los alrededores de Brigantia y regresar a la universidad, pero no quería llegar a llorar al salón de convivencia y todavía tenía las lágrimas de frustración atoradas en la garganta. Así que volvería a su casa pidiendo permiso para usar la chimenea de Las Tres Escobas. Y justo antes de entrar al local, le pareció ver el cabello inconfundible de Milena. ¿La había ido a buscar?. A pesar de solo querer meterse en su concha, le parecía una grosería todo lo que había hecho con la semiveela. Ella no tenía porque pagar los platos rotos y era la única amiga –sin contar a Aquila- que podría entenderla cabalmente en todos los sentidos. Y si la había ido a buscar, huir de ella no era precisamente lo más bonito que pudiera hacer. Se sentía incómoda por la ropa que llevaba puesta, pero aun así dejó la puerta de las Escobas, y dobló la esquina para intentar alcanzarla y por una vez, dejarse encontrar.

-¿Milena?

La llamó, buscándola, una vez que dobló la esquina medio corriendo.

El entorno dio mil vueltas como siempre sucedía cuando viajas por puto traslador, y mientras aquello pasaba, de mi mente no salía la maldita idea de lo muy idiota que había sido con Pearlie en la fiesta de los Claverley. Es decir, el puto Dios es testigo de lo que me había estado esforzando en el mejor de los términos y de lo bien que habían ido las cosas antes de la llegada del cabrón de Walker. ¿Qué había sucedido entonces?, bueno… ir y partirle en quien sabe cuántas partes la jodida nariz había resultado, cuando menos, una de las más grandes estupideces en la historia de las conquistas, y a partir de eso suceso Pearlie había decidido mandarnos a todos al carajo y largarse del lugar. Con todas las letras, había arruinado todo por completo.

Caí de pie en medio de las anchas calles de Hogsmeade, y no me habría dado cuenta del detalle de ir sin camisa y aun mojado de no ser porque claro, el puto Hogsmeade siempre estaba tan helado como todo el maldito Reino Unido en esas fechas. Menuda mierda, me sentí todavía más imbécil al darme cuenta que mi mano izquierda aun sostenía la lata de cerveza congelada que me había dado Luttrell para aliviar un poco la hinchazón del ojo, ¿por qué no utilizaste la lata como traslador entonces, Crawford pedazo de idiota? Tiré la lata y me abracé a mí mismo para de inmediato mirar a mi alrededor y ver si, de casualidad, ubicaba la presencia de Pearlie quien de hecho podría estar en cualquier puta parte del pequeño pueblo… o más bien ya acostada en la habitación de su casa o en el maldito dormitorio de Brigantia.

Caminé un poco, esquivando las miradas de aquella gente extraña que de pronto se encontraba con un sujeto todavía más extraño que ellos mismos, andando por ahí sin puta camisa y completamente empapado en un lugar con clima digno de pulmonía. Mis ojos se desviaron hacia la fachada del Tres Escobas, y por los putos huevos congelados de Odín, me encontré con la mismísima Pearlie. Esa era una puta señal y de las buenas.

-FELICIA!-

La llamé por el nombre que más le gustaba y crucé la calle para lograr alcanzarla. Mientras corría hacia ella intentando ocultar el jodido frío que atravesaba cual estacas toda mi espalda, mi mente igual de engarrotada trataba de pensar en qué decirle para lograr retenerla un poco de tiempo y no volver a cagarla para, entonces sí, perder definitivamente cualquier oportunidad que pudiera tener con ella si no es que ya las había agotado todas. Me detuve frente a ella y le sonreí, sintiéndome medio estúpido por aquel gesto y luego llevándome una mano a la cabeza vacilando acerca de mis primeras palabras. Mierda, era tremendamente guapa…

-Felicia ¿podemos hablar?, sé que no lo merezco pero… si me das una oportunidad, tal vez te encuentres con que es buena idea escucharme unos minutos. Por favor...-

En efecto, bien podía mandarme a la mierda y estaría en todo su derecho, porque hasta ahora lo único que había conseguido con ella era hacerle ver lo cavernícola que podía llegar a ser cuando las cosas no me gustaban, y poco más allá de eso. Pero que por todos los dioses de cada uno de los jodidos panteones me dijera que sí, y de una vez por todas me invitara a entrar al maldito Tres Escobas antes de que me convirtiera en Paleta Helada Crawford.

Escuchó que alguien la llamaba por su segundo nombre y de hecho, reconoció la voz en el acto, pues Joseph era el único que la llamaba así. Quiso tener fuerza de voluntad en no voltear a verlo y seguir con su camino buscando a Milena o bien, desaparecerse con un chasquido, pero terminó por hacerle caso. En cuanto lo vio sin playera, ahí corriendo por las calles de Hogsmeade, le pareció lo más inapropiado del mundo que estuviera así en la calle, que la llamara a gritos y…pues todo. Le puso cara de consternación y hasta avanzó un par de pasos hacia atrás como para quedar lejos de su alcance.

-Aléjate de mi, estás loco.

Que anduviera así por la calle de verdad la enojaba, le daban ganas de gritarle que primero se vistiera y que luego se atreviera a llamarle enfrente de la gente, que era un corriente. Mantenía el ceño fruncido de niña caprichosa y parecía poco abierta a hablar con él. No, más bien, estaba poco abierta a hablar con él.

-Lo que no es una buena idea es que me sigas. No quiero saber de ti, si te vuelvo a ver en la universidad, ni te conozco, ¿entendiste? No podemos hablar, no quiero que te me acerques…menos así. Y ya, déjame en paz por favor.

Así como le había dejado claro el día de la fiesta que si quería estar con ella, tenía que esforzarse un poco y tal, con algunas condiciones, con la misma contundencia le pedía que la dejara en paz de una buena vez. Le había pegado a su primo y eso se sumaba a la lista de cosas que quería olvidar pero no podía.

-Estuve absurdamente equivocada de las decisiones que tomé, pero ya, eso se arregla.

Sentía que conforme más hablaba, más se enojaba, más le daban ganas de seguirlo mandando al diablo y decirle todas sus verdades. Lo que terminó haciendo fue acercarse a él pero para darle una sonora bofetada esperando por todos los dioses que no hubiera ningún conocido pasando por esa calle en ese momento.

-Si vuelves a tocar a alguien de mi familia te juro que voy a hacer que te maten.

Con su cara de niña, esa podía no ser una amenaza mucho a considerar, pero el tono que usaba era tan serio y tan decidido, que más le valía pensárselo dos veces.

En cuanto me acerqué a ella, de inmediato supe que aquella empresa sería jodidamente complicada, y para saberlo me basto con su mirada de consternación y el par de pasos que la asustadiza daba hacia atrás como si fuera yo a partirle la puta nariz tal y como había hecho con el cabrón de su primo. Enseguida Pearlie pidió que me alejara de ella, y varios de los transeúntes hasta voltearon a donde nos encontrábamos y me observaron como si fuera un jodido maniaco a punto de violar a la chica… y a pesar de ello nadie tuvo los huevos de acercarse. A lo tuyo Crawford, estás en la labor y lo peor que puedes hacer es ponerte a llorar cual nena porque una chica te hable de mala forma.

-Tranquila, aquí me quedo… solo responde-

Lo siguiente fue, efectivamente, una perorata furiosa acerca de las pocas ganas que la chica tenía de siquiera mirarme a los ojos. No quería que me le acercara, que la siguiera, que le hablara, que la buscara, al parecer ni siquiera que la mirara. Tal y como dejaba ver, Burroughs estaba siendo expresamente clara con las cosas que quería (o más bien con las que no quería), y por lo que salía de sus labios, lo mínimo que yo podía hacer por ella era desaparecer de su vida por y para siempre.

¿Tendría que hacerle caso? ¿El asunto ahí se resumía a simplemente dar la vuelta y aparecerme a las afueras de Brigantia para plantearme no volver a hablarle? En esos momentos me sentí molesto por esa actitud y por unos instantes tuve ganas de justamente mandarla a la mierda, a ella y a todo, porque al final de cuentas yo jamás había sido ningún pardillo que le aguantara nada a nadie, mucho menos a una niñata caprichosa cuyo puto sueño era casarse con un estirado y vivir en un castillo lujoso por siempre y para siempre.

Luego me soltó una bofetada, y no cualquiera. Está en particular dolía bastante, dolía por el puro puto orgullo y también porque mierda, hacía frío y yo todavía estaba mojado por culpa de Loreen. Aguanté el golpe sin decir una sola palabra pero para ser sincero, poco me falto para levantarle la mano y regresárselo de un puto revés para que se callara de una buena vez. No lo hice, y le doy gracias a la educación de mi madre el no atreverme a tal grado por mucho que la maldita lo mereciera.

-Joder, cállate de una puta vez. No me voy a acercar… ni a ti, ni a tu familia-

De acuerdo, lo de no acercarme a su familia poco o nada me importaba, porque no era como si en mi mente se maquinara algo así como ir por la vida buscando a los putos Burroughs para joderles la existencia, ni al caso. Respecto a lo primero, eso sí que era para dudarlo, y de hecho sentí un vuelco en el estómago al decirlo en voz alta, y es que Pearlie podía decir lo que se le diera la puta gana, pero había algo… por muy extraño que parezca, que me decía exactamente lo contrario, que me decía que en realidad no deseaba que me alejara, que lo único que quería en lo profundo de su ser (y de su coño) era encontrar en mi a la persona que ella estaba buscando… y entregárselo todo. Ese pensamiento repentino fue una pequeña chispa que brotó en mi cabeza, y fue más que suficiente…

-No no… olvida lo que dije, es decir lo de tu familia está bien, pero no… no puedo-

Y me le fui encima. No a golpes como con Walker, joder… sino más bien a besos. Atrape su cuerpo entre el mío y la fachada del Tres Escobas y la tomé entre mis brazos para besarla casi a la fuerza, fundiendo mis labios con los suyos ejerciendo presión con mis brazos pero al mismo tiempo, abordándola suavemente, como si quiera… joder no sé, ustedes díganme como es eso.

Faltaba que un hijo de puta pensara que de verdad estaba abusando de ella y me diera un porrazo en toda la cabezota.

Le dieron ganas de darle una bofetada más por el “joder cállate de una vez”. Que se fuera a callar a su madre, o a sus amigas, o a la tonta de Regina. A todas esas tipas que seguramente le aguantaban con gusto sus malos modos y hasta les debía parecer encantador. Ella no, no era así y nunca lo sería. Y ya le iba a reclamar eso pero afortunadamente Joseph declaraba que iba a dejarla en paz y eso era más que suficiente porque significaba que nunca más tendría que aguantar sus malos modos. Ya iba a pedirle que se hiciera a un lado para irse pero resultó que el tipo se le fue encima. Ahogó un gritó, saltó y sintió como su corazón se aceleraba de la excitación y del susto. Susto total y paralizador.

Apenas sintió sus labios contra los de ella, primero se quedó congelada. Era el beso más invasivo, absurdo y emocionante que le habían dado en su vida. Pero de todas formas se sentía completamente ultrajada. No en el sentido en el que había pensado que la ultrajaría en casa de Finnerty, pero sí…extraña. Puso las manos sobre su pecho otra vez, como si quisiera alejarlo aunque se tardó bastantes segundos en empezar a poner presión. Las piernas le temblaban y sintió como si una onda expansiva de calor escalara inclemente por ellas, provocándole ganas de retenerlo, de tocar sus tatuajes otra vez y desaparecer con él del mundo bajo la emocionante perspectiva de ser sometida por un sajón sangriento salvaje desgraciado.

Pero tenía que recordarse que eso era la vida real, que lo que estaba haciendo o dejaba de hacer, repercutía en absolutamente todo. ¿Él creía que no estaba abusando de ella? ¡Claro que lo estaba haciendo!. Forcejeó para quitárselo de encima y una vez que dejó de sentir sus labios y la humedad de su lengua sobre su boca, gritó un poco más fuerte de lo que hubiera pretendido de pensar con claridad.

-¡¡Suéltame!! No te quiero cerca, no me toques.

Ahora sí, tenía unas ganas de llorar inmensas y estúpidas. Pero se aguantó como pudo. Le soltó otra bofetada, intentó darle una tercera pero se detuvo a la mitad del camino porque le faltó la fuerza para eso. Física y emocional. Estaba tan exaltada, tan enfadada y tan confundida que sentía que todo lo dejaba a medias. Total que terminó llorando, no como una magdalena pero casi.

-No entiendes, no entiendes nada. No sé…no sé a lo que estés acostumbrado, yo no soy así. No necesito esto, no quiero esto.

Se limpió las ridículas lágrimas con violencia. No sabía como explicarle nada, no quería explicarle nada. Lo peor de todo era que sentía un cosquilleo violento en el estómago, las ganas de decirle que la volviera a besar, que nunca había sentido nada tan intensamente como eso. No lo diría.

-Por favor vete, que estés así me da vergüenza. Y por favor…ya no me busques.No quiero que me dirijas la palabra, estoy cansada de la manera en que me hablas. Por favor, por favor, te lo estoy suplicando, solo déjame.

A eso se resumía todo, en realidad. A que sí, a que le importaban las apariencias, su padre, su educación, sus planes de vida, sus aspiraciones pasadas y futuras, su capacidad de elección. A que no le era común un chico que se liaba a golpes, que se aparecía ahí medio desvestido, no podía, no era lo suyo. Sonaba estúpido, pero tal vez si hubiera tenido una camisa puesta, ella habría tenido más disposición para hablar, en cambio, solo lo quería lejos de ella y que la gente dejara de mirarle cada que pasaban a su lado. No quería que la relacionaran con un loco. Defecto o no, le importaba demasiado. No importaba el nivel de excitación que alcanzara su cuerpo cerca de él, ni lo mucho que le gustaba, ni lo deseada que la hacía sentir. Ella tenía muchos principios.

Había tenido planes distintos para ese día, planes que ahora le sonaban a una estupidez. Se había esforzado en estar bonita, se había esforzado en tranquilizarse, en buscar un momento para estar a solas con él, para confesarle que nunca había llegado demasiado lejos con nadie. Ahora todo eso le parecía una auténtica locura, y tal vez era mejor así.

Todo lo que hacía cuando perdía el control de las cosas se resumía a una puta serie de acciones casi por completo viscerales y, por así decirlo, pensadas como con los pies. Por más que intentara usar la cabeza fría, pensar en una estrategia de conciliación y regirme por la cordura que seguramente tendría cualquier jodido cerridwen, simplemente me era imposible, se me calentaba la sangre y todo se iba al carajo. ¿Pero qué podía hacer? sus labios me llamaban casi por sí solos, me atraían como un puto imán irresistible que se mezclaba con ese puchero de niña consentida que más que alejarme solo provocaba desear acercarme más y más hasta derribarlo así fuera a la puta fuerza.

Y en aquel beso, aun siendo un acto salido desde mis malditas entrañas, había podido ver algo más. Resultaba que ahí estaba la confirmación de que Pearlie no deseaba de verdad que me fuera, se podía notar en la forma en la que había recibido, en el cómo su cuerpo se había vencido casi sin oponer resistencia y en la manera en la que su lengua había buscado ansiosamente la mía, aunque fuera por unos cuantos segundos. Llámenme cabrón insensible, pero eso no significaba, de ninguna puta forma ni en ningún otro maldito idioma, que la chica quisiera realmente que la dejara de una buena vez y de por vida. Es cierto que mi necedad era en gran parte controlada por el puto orgullo, pero debo confesar que sí… había algo en ella lo suficientemente importante como para que al pensar en alejarme de forma definitiva, sintiera una terrible sensación de angustia en el pecho… como cuando es domingo en la tarde y no has hecho los putos deberes, pero mucho más fuerte.

Vino el grito, luego vino cierto forcejeo y una segunda cachetada con la cual terminé por tomar cierta distancia. Luego Pearlie comenzó a llorar, a llorar de verdad… es decir no parecía como cuando una chica derrama lágrimas por simple capricho, esto era por completo otra cosa y entonces me preocupe. De pronto lo que sentía yo ya no era angustia ni enojo ni nada de eso, me encontré con que empecé a sentir desesperación; desesperación de escuchar cada una de sus palabras sin encontrar un argumento con el qué refutar todo lo que decía y de sentir que no podría retenerla mucho más tiempo. ¿Qué cojones quería que hiciera?, o más bien ¿qué coño podía hacer yo?. Entre todo lo que me soltaba entendí que gran parte de esa crisis momentánea era mi forma de presentarme, de estar ahí en Hogsmeade sin camisa y pareciendo un puto loco semi desnudo a ojos de la gente; entonces giré y saqué la varita para apuntar al primer cabrón que pasó por ahí.

-Hey tú!, dame tu chaqueta… joder es de vida o muerte, DAME TU PUTA CHAQUETA-

El pobre cabrón primero puso una cara desencajada y estuvo a punto de ignorarme, pero volví a insistirle y luego puso un gesto como de susto, lo que le llevo por alguna razón a hacerme caso y quitarse la prenda que traía encima. Se la arrebaté de las manos y me la puse de inmediato, titubeante y temblando en parte por el frio, pero también por el nerviosismo con el que ya cargaba para ese instante. Juro que no quería que las cosas terminaran así, de verdad que no.

-¿Ves?, ya estoy vestido… ¿mejor?, ¿podemos hablar adentro?. Felicia te juro que… te juro que no sabía que era tu primo, solo lo vi besándote y abrazándote y perdí la cabeza. Mierda mierda… no quiero que te alejes de mí, por todos los dioses de verdad no quiero. Quiero que te quedes conmigo, si después de hoy decides que no quieres volver a hablarme, te prometo que no te voy a molestar más.

- ¡Pearlie! - A cada paso que daba por Hogsmeade y preguntaba a quien tuviera de frente, sin que supieran darle razones de la chica, el humor de Milena iba empeorando de manera gradual, cada vez menos como esa jovencita dulce y de carácter afable, cada vez más como la arpía en que su propia madre se convertía cuando algo no le parecía. Y es que no concebía como en un pueblo que era relativamente chico nadie pudiera decirle nada de ella. Si, una chica de 17 años, así de alta, con el cabello largo y los ojos verdes y de labios muy carnosos. Aha, muy alterada. Eso mismo, cargando un bolso grande. ¿Que no la había visto? ... venga, ya.

Iba por las calles del pueblo recitando una retahíla de maldiciones que si por azar del destino alguien por ahí entendía ruso seguro lograba escandalizarla. A ver, que se trataba de una persona, una sola personita y con rasgos muy característicos. No era posible que en tan poco tiempo se le hubiera perdido si había salido tras ella casi inmediatamente después. ¿Habría regresado a la Universidad? Una calle más y si no la encontraba, lanzaba un Patronus. Eso y ella también se regresaba, ya que su tarde no iba a tener arreglo. Es decir, podría regresar con Aquila, pero imaginaba que el ambiente habría quedado enrarecido y francamente no le apetecía.

Así que dobló una esquina, la que había decidido sería la última, y no muy lejos encontraba no solo a Pearlie, sino a Crawford también. ¿Así que la había seguido? No sabía qué pensar al respecto. No creía que fuera buena idea. Y si aquella era la manera que tenía de reaccionar a todo, repartiendo puñetazos y partiendo narices, no estaba segura de que Pearlie estuviera tomando la mejor decisión siquiera considerando salir con él.

- ¿Pearlie? - La llamó con tanta suavidad como podía en ese momento, con los ojos azules ya brillando de aquella manera tan característica cuando se sentía alterada aunque no en la mejor de las maneras. Incluso la cabellera parecía haber tomado mucho más volumen, como el de plumaje a punto de desplegarse.

Miró entonces a Crawford. Mojado, con la herida fea y una chaqueta que a saber de dónde había conseguido, pero una expresión de consternación que no tenía muy en claro como interpretar. Ni siquiera sabía si darle el beneficio de la duda o si ni eso se merecía después de sus salvajadas.

Volvió a mirarla a ella entonces. - ¿Necesitas que me quede? - Le preguntó en francés. O si quería que se la sacara de ahí, o si quería manejar eso ella sola, Milena lo único que necesitaba era saber. No juzgaba a sus amigas, pero tampoco llegaba irrumpiendo a jalarlas de las orejas si hacían algo que no creía estuviera bien. Con que Pearlie supiera que estaba ahí le bastaba.

Le dieron ganas de reírse por la manera en que Joseph pedía la chaqueta a un extraño. Ella no tuvo más remedio que mirar hacia otro lado esperando que ese pobre incauto no fuera nadie conocido en la vida, incluso dejó que su cabello cayera sobre un costado de su cara, haciéndose la desentendida. Y sí, quería reír y quería entender esa barbajanería como un acto romántico que hacía por ella, uno más. Pero no podía, se seguía sintiendo enfadada, humillada, las palabras de Regina todavía la tenían de malas.

Se le quedó mirando fijo cuando le daba explicaciones y volvió a sentir un tirón en el estómago cuando le dijo que quería que se quedara con él, que no se alejara, pero que le diera la oportunidad de hablar. Se mordió los labios ansiosa y puso cara de circunstancias. No sabía qué decisión tomar, no quería que pareciera que era débil en sus decisiones. Dejó de mirarlo, encontrando en el piso un eje para centrarse. Dudó, quiso hablar pero no le salió nada y luego escuchó la voz de Milena.

Vio a Joseph un par de segundos antes de fijar la vista en la semiveela, que parecía un pavorreal –en el buen sentido- y sus ojos relampagueaban con un brillo particular. Pearlie pensó que era una especie de señal, que si ella estaba ahí era porque el mundo le quería dar un mensaje, que las circunstancias se acomodaban para que tomara al decisión correcta.

-No, nos vamos juntas.

Le contestó también en francés y luego miró a Joseph. Tenía cara de que la decisión le había costado bastante. Paseó la vista por su herida y sintió un poco de culpa por haberle pegado tantas veces aunque ya estaba magullado, aunque dudaba haberle hecho el mismo daño que el puño de Walker.

-Lo siento, no puedo. No lo entiendes.

Quiso prometerle que tal vez después, cuando ambos estuvieran más tranquilos, pero no le salió nada. Estaba bien, no quería mostrar flaqueza. Pasó por su lado, le tomó ligeramente del brazo y se lo apretó un poco. ¡Qué difíciles eran las cosas!. Se acercó para tomar a Milena de la mano, trataba de ya no verlo pero no paraba de hacerlo.

-Vámonos.

Le dijo a la semiveela asintiendo hacia ella.

Olvídense de putos guiones y de lo que se supone “debería de suceder” según mis jodidos cánones de comportamiento femenino, resultaba demasiado evidente que en algún momento las cosas se me habían ido de las manos y que mi supuesto control sobre mi fabulosa conquista se había esfumado de manera irremediable. No es lo que había esperado de ninguna forma, ni en cien años me hubiera imaginado estar de esa forma con alguien, estar ahí de pie completamente a la expectativa de lo que la chica pudiera hacer o decir, suplicando mentalmente (o más bien, solo suplicando) que de verdad no se le ocurriera hacerme cumplir aquello que había pedido hace un minuto y que de hecho había sonado bastante frío.

-No lo sé, si quieres podemos…-

Hablar tranquilamente mientras bebemos algo caliente. No pudo decir aquello porque justo cuando las palabras salían de mi boca, un “¿Pearlie?” que si bien había sonado suave y delicado, había sido lo suficientemente oportuno como para dejarme callado y que ambos giráramos para ver de quien se trataba. Resultaba que era Milena Nikonova, una chica que según me habían informado, había sido amiga de Pearlie desde sus años en el colegio francés de Beauxbatons. Fue justamente en ese puto idioma en el que Milena le habló a Pearl, y por alguna razón supe que fuera loq ue fuera que le hubiera dicho, no er acomo algo que pudiera funcionar a mi favor, así la miré negando suavemente con la cabeza no porque no quisiera que se quedara como tal, más bien era como rogándole que por todos los putos dioses no se la llevara, que me diera al menos algunos minutos para tratar de guiarlo todo a un mejor termino. No Crawford, tus intentos eran muy tardíos.

Luego miré a Pearlie, directamente a los ojos tal y como ella lo hacía, y después Pearlie respondió igual en francés, y de nuevo supe de alguna forma que aquello estaba jodido. Debo decir que fue una puta loza muy pesada, el simple hecho de saber que por esa ocasión no tenía nada más que hacer; es más, me dejaba sentir que prácticamente que cualquier cosa que intentara sería solamente contraproducente a la ya de por sí complicada situación. Se disculpó, dijo que no podía, que yo no entendía y luego se marchó no sin antes darme un pequeño apretón en el brazo que no me sabía más que a pura y jodida condescendencia… entonces yo me quedé ahí parado, enfrente de la puta fachada del Tres Escobas y con las manos dentro de los bolsillos de la chaqueta, mirando mi puto vaho perderse en el frío viento del viejo Hogsmeade.

-Hey, ¿entonces ya me puedo llevar mi chaqueta?-

Por su puesto, la chaqueta. Me la quité con aire desganado ya ni siquiera con intenciones de replicarle al pobre diablo aquel, y simplemente se la di para quedarme nuevamente con el torso expuesto, entonces miré de nuevo hacia donde estaba Pearlie. Por el puto coño de la madre de los dioses, ¿Qué es lo que me había hecho para dejarme en este puto estado?