Una disculpa

La irrupción de su padre aquella noche en casa privó a Clarisse de aquel momento incómodo en la bodega. Desde su interior agradeció la ayuda indirecta de Darren en todo el asunto aunque la rubia no supo explicar a su padre como acabó en el sótano con un chico vestido con las ropas de Adair y ambos, algo mojados. El hombre decidió pasar por alto el tema, hacer ver que nunca había pasado ante sus ojos esa escena y no mencionó palabra alguna a nadie, ni a su mujer, ni a su hijo y mucho menos al marido de Clarisse. Padre e hija confiaban el uno en el otro aunque la situación fuera muy complicada y de difícil explicación, sabía que tarde o temprano si pasaba algo, Clarisse terminaría contando todo a Darren.

La lechuza había llegado a su despacho en el ministerio. La rubia había tomado la notita del animal y extrañada por la cita inesperada además de curiosa por la invitación, agregó algo más en el papel con su prolija letra de auror para confimar, total, no tenía más nada que hacer ahora que Jonathan y Gabrielle cuidaban del niño por unas semanas, y Matt, su marido, hacía como un mes que ni pasaba por casa pues según él debía cerrar un negocio importante, negocio que requería toda su atención, lejos de su casa.

Tras ordenar papeles y organizarse para terminar las tareas antes de la hora indicada, tuvo tiempo de cambiarse la fea ropa de trabajo en el vestuario que los aurores tenían por un sobrio vestido y unos zapatos más elegantes que sus botas pesadas. Completó el atuendo con una capa que tenía capucha, todo en color negro y salió hacia Hogsmeade dispuesta a ver que quería de ella el mejor amigo de su hermano.

La aparición la dejó justo delante de Honeydukes. El ambiente era tranquilo en un día entre semana y no había los niños de Hogwarts vagando por ahí. La rubia tomó un segundo para mirar hacia atrás dónde estaba el castillo en el cual vivió durante sus años de infancia. Sonrío con su rostro ensombrecido por la capucha y pensó que más tarde quizás pasara a ver si estaba su padre allí para acompañarlo a casa o llevarle unas golosinas de la tienda a su hermana más pequeña a la que no había visto desde su fiesta funesta de cumpleaños.

Pensando en planes para más tarde, avanzó hacia el conocido lugar de té y enseguida vislumbro la figura de Shaun a lo lejos. Esperó hasta estar a su lado, bajó la capucha con sus dos manos y sonrío de forma cordial – ¿La reclusión en Brigantia no implica también a los profesores? – gracias a los tacones no tenía que ponerse ridículamente de puntillas para darle un beso como saludo en la mejilla. Miró el letrero del local, pasó los ojos por la cristalera que daba dentro y luego acabó poniendo sus ojos verdes en los claros del hombre - ¿El té? Es una tradición muy inglesa, ¿no naciste en tierras nórdicas? – río con suavidad por su mal chiste y miró su reloj plateado que llevaba en la muñeca, eran las cinco menos cinco, momento reconocido mundialmente como la hora del té.

Los Brackminster si era una familia inglesa desde tiempos inmemorables pero ella tenía también genética alemana, heredada de su difunta madre pero omitió esa información, solo ladeó imperceptiblemente la sonrisa. Clarisse negó con la cabeza ante su disculpa, no pasaba nada, no había tomado como una falta su actitud, cada quién era como era y ella no podía juzgar por permanecer minutos callado – No te preocupes – añadió para zanjar el tema. ¿Era eso el motivo de esa improvisada reunión? Intentó lanzar fuera de su mente esas preguntas, sin empezar un análisis como solía hacer siempre dentro o fuera de su trabajo.

Una risa suave escapó por sus labios entreabiertos ante la sutil broma después de dar un paso hacia adelante, aceptando su gesto galán. No dejó por alto la suave caricia de su aliento contra su nuca pero pese a un leve estremecimiento, Clarisse guardó la compostura, adecentó la capa y avanzó hacia el interior del local. Los ojos claros de la auror revisaron el salón, un par de mesas eran las ocupadas, el resto vacío y desolado. La mujer volvió a revisar la hora de su reloj, cerciorándose que la manecilla de su reloj, la segundera, funcionaba correctamente. ¿Dónde estaba la gente? ¿Nadie conservaba las costumbres inglesas del té? – Estupendo, muy tranquilo – añadió girando la cabeza hacia dónde estaba Shaun y agradeció su invitación, otra vez, con una nueva sonrisa, esta vez genuina y dulce.

Una camarera, alta y entrada en sus cuarenta los acompañó hasta una mesa, cercana a la ventana. Clarisse se tomó un segundo para quitarse la capa, la dobló dos veces y la dejó ordenada encima del respaldo de la silla. Tomó asiento, miró una vez más su entorno para admirar la decoración, cruzó las piernas y entonces, ya un tanto más calmada (por algun extraño motivo se sentía como colegiala de Hogwarts) cruzó sus piernas bajo la mesa y dejó sus brazos sobre ella.

- ¿De qué quieres exactamente hablar? – que perdonara su osadía de tomar la directa pero ardía en deseos de saber el motivo cierto de su citación. Si se trataba de una disculpa, había usado mucho de su tiempo para dedicarle a alguien que a penas conocía y si era por otro motivo, Clarisse quería conocerlo – Perdón, salió la pregunta sola – se disculpó con una pequeña sonrisa y desvió sus orbes hacia el cristal, mejor no mirarlo o empezaría a divagar como la última vez – Pero no hay nada que disculpar. Estabas influenciado por la luna y fue una larga noche– volvió hacia Shaun pero dejó sus ojos un poco más debajo de su rostro, exactamente sobre su cuello – así que todo bien – hizo una pausa, tomó aire y continuó – ¿Cómo has estado?