Broken Vow

Estaba de vuelta en la universidad, ¿quién lo iba a decir? En casa, su madre había pasado un mes encima de ella hostigándola con que lo que tenía que hacer era pasarse por el despacho de Immendorff y suplicar hasta que se decidieran admitirla. Que tirar a la borda una carrera de medimagia por una pelea era una soberana estupidez y no, Brigantia no era la única universidad, pero era de las mejores y dejar pasar esa oportunidad significaría que Willow había criado idiotas. Ponerse a discutir con su madre – peor, con su madre embarazada – nunca llevaba a ningún lado. Por eso se había instalado en la posada de la familia y se había dedicado, como no, a atender la barra. Cantinera por unas semanas y trabajar en todas las de la ley en vez de solamente llegar y llevarse licor gratis por ser la dueña (bien, no ella técnicamente, pero se entendía). No había estado tan mal. Se mantenía entretenida y era una posición que le hacía bastante más fácil el ligar. No estaba llorando amargamente por lo de Angus, ella lo manejaba dispuesta a borrarse el mal sabor de la boca a base de orgasmos y creía que le estaba yendo bien.

Curiosamente, era justo la última conversación con el licántropo la que no podía sacarse de la cabeza. No por el asunto de Aquila del que ya había dejado en claro que no quería saber nada, sino porque él decía estar seguro que Damien Holland fue quien había estado tras el ataque. Eso no era algo que pudieran tomarse a la ligera, menos si le sumaba la amenaza que le había hecho Orlowsky y que había escuchado directamente en su cabeza. Las cosas estaban por cambiar, de eso estaba segura, y no iba a ser para bien. No obstante no podía dedicarse a gritar a pulmón abierto que el héroe nacional era un Mortifago de temer. Había que ser más discreto y sobre todo, más inteligente, eso se lo había enseñado el asuntito de la expulsión, aunque en verdad no se arrepentía de nada. Claro que volvería a romperle la boca a Milou Leloup si se encontrara de nuevo en esa posición.

Había sido una sorpresa que la decana McCreary interviniera por ella para poder volver a la Universidad. También se había hecho de una copia del Hijo del Escuchón que, independientemente de todos los chismeríos de escándalo sobre quien estaba con quien y donde se habían acostado, a ella le había hecho sentir bien que abogaran por su regreso.

Tenía mucho por hacer, que un mes fuera implicaba estar asquerosamente atrasada en sus materias. Se había salido de las clases en las que estaba apuntada como oyente, que si iba a nivelarse necesitaba dedicar todo su tiempo a la medimagia y nada más que eso. No se había topado con Yesenes aún y lo prefería así, porque la tensión permanecía y era más que probable que terminaran escalando a otra pelea. Ella a estudiar, ponerse al día (no solo en estudios, ¿exactamente qué había pasado en el Samhain?) y seguir con los ojos muy abiertos…

No tenía planes de salir esa noche. Ella se dirigía a la lechucería para enviarle una carta a su padre contándole como iban las cosas, para que pudiera tranquilizar a su madre. Iba con él sobre metido en el bolsillo de su pantalón y las manos dentro de su chaqueta, cuando se encontró a Gianna contra el alfeizar y, había que decirlo, viéndose como mierda. – Ey, oye, ¿qué tienes? ¿Estás bien? -

- Hace un par de días. McCreary intercedió por mi convenciendo a Immëndorff de que soy buena alumna y estaba medio loca por todo el estrés. - Chasqueó la lengua y entornó los ojos de esa manera que siempre le había hecho merecedora de un manotazo en la boca por parte de su madrecita querida. La mala actitud siempre la había tenido desde muy niña y nunca se le iba a quitar, ¿pero en realidad le extrañaba a alguien con la familia que tenía? Seguía diciendo estar más cuerda que Parker, y con eso le bastaba.

- Ya sabes, con eso de que él es el que tiene autoridad sobre mí por ser ogmios y todo eso... - Se encogió de hombros. Días ocupados, arreglando papeleo y jurándole a Immëndorff que le lustraba las botas con sus lágrimas y sus cabellos... bueno, no tanto, pero algo así le había dicho a su madre para que se quedara en paz. Si la matriarca quería historias de profundo arrepentimiento, le daba historias de profundo arrepentimiento en pos de la salud mental de todos y amén.

Y joder, que no había que ser Sherlock Holmes para darse cuenta que no, Gianna estaba lejos de estar bien. Pero Loreen no era de esas amigas que acunaban en los brazos y daban de palmaditas para animar a la gente a que se abriera. Cuando uno quería, o necesitaba, decir las cosas pues se decían y ya sin que fuera incómodo para nadie. Porque si había algo que la sacara de quicio es que insistieran en hacerla hablar cuando daba todas las luces y señales de que no quería abrir la boca.

- Sí sí, nada más deja le mando esta carta a papá. La verdad hasta mal me sabe por él, está sólo encerrado en casa con una mujer embarazada que... -

La anécdota quedaba trunca porque Gianna comenzaba a llorar.

La abrazó, porque era arisca, pero no fría desgraciada. Era cierto, no necesitaba decirle nada más, porque ella había estado ahí en todo momento, aunque desconociera la historia con Adrian. Había sido una temporada difícil, llorar no le parecía extraño si era así que con eso se desahogaba. Lo que le preocupaba era que estuviera haciendolo apenas ahora. Claro que ella había llorado por Dan con Peach y también por Angus, y que cuando el peso de todo lo que sabía le cayó por completo, desde la noche al secuestro hasta la revelación de que Damien Holland estaba detrás de todo, había tenido un ataque de pánico. Pero eso había ocurrido hacía semanas atrás, cuando todo estaba fresco. Había tenido tiempo de sobra para reflexionar, asimilarlo, y conseguir el aplomo como para regresar haciendo como que no sabía nada, porque irse de lengua en estos momentos sería pura imprudencia.

- Lo que necesitas es salir de aquí, ven. - La volvió a estrechar con un poco más de fuerza y le pasó un brazo por los hombros, animándola a que la siguiera, sin titubear ni un segundo y muy convencida de lo que hacía. Que sí, que acababa de llegar y ya iba a marcharse... pero venga, que era cosa de fuerza mayor, sólo había que verla. Total, su carta podía esperar a mañana por la mañana.

La taberna de Willow había comenzado hacía poco más de diez años como un localito insignificante en Diagon. Pequeño, no muy concurrido, pero era de ella (de ella y su padre, pero vamos), y eso era algo que para su madre había significado demasiado. La había sacado adelante a base de puro esfuerzo y trabajo duro, que podían decirse muchas cosas de ella, no todas buenas y la mayoría ciertas, pero siempre había sido una mujer trabajadora. Ahora el lugar era inmenso en comparación y tanto había crecido que ofrecían cuartos como posada en el segundo piso.

Durante esas semanas que había estado expulsada y en las cuales ni muerta se habría quedado en casa, era allá donde se había quedado. Se adueñó de un cuarto (en el que casi todas las noches subía a alguien distinto, entre el aburrimiento, el estrés y el despecho no había más que hacer) y se pasaba los días atendiendo la barra en lo que se decidía a qué iba a hacer de su vida ahora que su carrera en medimagia se quedaba trunca. Había sido una verdadera suerte que McCreary intercediera por ella frente a Immëndorff, no se había esperado que la readmitieran. O quizá eran ideas suyas, que a ella expulsión le sonaba como a algo definitivo.

- Pffft, ternuraaaa. Ella cree que va a pagar. -

La despeinó toda y le dio un empujón, no muy fuerte, pero todo con intención de animarla aunque fuera un poco. No era Loreen de llorar mucho, y por lo mismo se sentía incómoda cuando le tocaba estar frente a alguien que lloraba, así que su manera de reaccionar era tratar de aligerar las cosas a medida de lo que le fuera posible.

La hizo pasar primero y saludó al personal con un gesto de la mano y una sonrisa bastante amplia. No sería la primera vez que llevaba a un amigo a beber gratis. O mejor dicho, "gratis", porque siempre terminaba reponiéndolo ella en la caja. Así como los barriles y botellas que sacaba de la bodega para llevar a fiestas de sus amigos. Las únicas veces en las que su madre le dejaba hacer lo que le diera la gana sin una retribución al negocio familiar era cuando las fiestas tenían lugar ahí mismo, aunque por la mañana siguiente le tocara limpiar el desastre que quedaba parecido al de una manada de erumpents en estampida. Una vez le había tocado reparar un agujero que habían dejado atravesando la barra del tamaño de su brazo. Cómo lo hicieron, ni idea.

Se saltó la barra para quedar del lado del servicio y lo primero que hizo fue sacar una botella de whisky. Bueno, lo segundo, que lo primero primero había sido guiñarle el ojo a uno de los bartenders que si bien no era un 10 de lo que se decía en apariencia, era de lo más carismático. Y de manos muy hábiles. También lo había subido a su habitación, ¿o qué iba a hacer? ¿Quedarse en depresión eterna por lo de Angus?

Le sirvió a Gianna un trago demasiado generoso y se lo tendió, mirándole con una media sonrisa burlesca. - Listo, mucho mejor. Ni siquiera te voy a presionar a que me cuentes nada porque con unas cuantas de esta me vas a decir tú sola hasta el color de la tanga que traes puesta. -