Por una apuesta

El semestre parecía que llegaba a su fin con la reciente Navidad. Ya había presentado todos los exámenes y estaba pendiente de notas aunque creía que las únicas que podían fallar eran aquellas que no eran de su carrera. Ahora si tenía algo más de tiempo que durante los meses pasados aunque distribuía las horas en organizar el viaje de Navidad con su hermana, pasar horas con Sofie y hacer de esclavo para sus amigas, porque no, Adair no olvidó la esclavitud que debía a Cleverley durante un día por aquella apuesta perdida en el lago cuando había participado junto a Stall por hacerse inútilmente con la victoria contra dos sirenas.

Había pasado unas horas golpeando bludgers bajo la nieve y tras darse una ducha, atavió su cuerpo con unas botas negras, unos tejanos desgastados, guantes y bufanda negra junto a su inseparable chaqueta de cuero y un jersey grueso granate, no era el mejor de su baúl pero si el más abrigado para un día como aquel donde había nevado hasta el tobillo. Una vez estuvo cerca, vislumbró a Regina dentro de un trineo junto a su bicho y buttercup a quien silbó para que fuera a su encuentro – ¡Hombre croqueta, cuanto tiempo! – la tomó en brazos mientras la perra lamía su cara y avanzó crujiendo encima la nieve hasta donde se encontraba su esclava.

- He sido puntual por primera vez en la vida, todo por complacer a mi dueña – acarició la barriga de la perra para dejarla encima la nieve para agacharse y dar un beso en la cabeza a Regina - ¿Qué tal estás? – observó todo el arsenal de preparativos para la nieve y dejó escapar un suspiro que condensó en el aire antes de frotar sus manos para entrar en calor – Regina, no quiero fastidiarte el plan pero si pretendes que Buttercup tire de esto con sus patas cortas y su lorzas podemos esperar una eternidad – miró a la perra que estaba sentada a su lado moviendo la cola como demente y negó con la cabeza divertido – Vamos… - buscó la cuerda que había delante del trineo y empezó a tirar de Regina hacia la parte más alta de los jardines.

- Fíjese si soy un esclavo obediente que hasta hago tareas que no me pertenecen.

Añadió entre carcajadas frías donde el aliento se condensaba de forma pesada en el aire mientras Adair tiraba y tiraba del trineo donde iba montada su fiel dueña junto a su bicho extraño y la perra desquiciada que recibía el nombre de buttercup. Paró cuando la chica demandó una montaña, escudriñó un turón donde escalar para luego lanzarse y recordó que había uno de esos cerca del campo de Quidditch donde solían tirarse después de entrenar para recuperar algo de fuerzas así que tomó aquella dirección, escuchando a sus espaldas a Regina.

Silbó para llamar a la perra que con sus lonchas sorteó los obstáculos de la nieve hasta llegar obediente a sus pies, Adair detuvo el paso, se agachó para hacer una bola de nieve más o menos perfecta, apuntó hacia el frente y como buen bateador, tiró la bola lo más lejos posible, obligando a la perra a salir presa a por ella mientras él aprovechaba esos metros para llevar a su señora en trineo hasta el turon.

- ¿Cuál es su comitiva para mi, señorita Cleverley? Qué no sea una pesada tarea que tengo pronto el partido contra los profesionales y me juego el trasero en un equipo oficial.

En cuanto llegaron a la cima de aquella pequeña cima, dejó a Regina casi a punto de caer, caminó hasta atrás, apoyó las manos en la madera y empezó a empujar para tomar impulso – Tírate hacia delante que me subo – no había empezado a coger la velocidad cuando Adair saltó en la parte trasera, acuclillado tras Regina y divirtiéndose como niño de Hogwarts mientras bajaban la ladera solo que cuando llegaron abajo donde la perra ya los esperaba, el trineo terminó chocando contra un montículo de nieve y Adair cayó por el golpe hacia el suelo sin dejar de reírse como infante – La puta esto es divertido…

La cuestión es que Adair a veces era como un crío de cinco años, maduro para algunas cosas, hombre para otras pero infante para muchas otras, Regina sacaba de él esa última parte mucho más divertida y alejada de las preocupaciones. ¿Qué había un partido? Tanto daba. ¿Qué no estaba en el mejor momento con Sofie? Mucho menos, nada venía el caso. Tirado en la nieve empezó a reír mientras Buttercup sorteaba el trineo cual albóndiguilla ágil para ir a lamerle la cara directo a lengüetazos vivos mientras Adair hacía aspavientos con las manos intentando quitársela de encima.

- Otro día la cita – logró decir hacia la perra cuando pudo abrir la boca tras cogerla por las patas traseras y hundirla un poco en la nieve, solo para volverla más loca de lo que estaba. En cuanto volvió a poner los ojos miel en Regina, la chica ya estaba tendiendo la mano hacia él. Adair dudó un segundo, no por levantarse, más bien en jugársela por haber resultado intacta en la colisión del trineo contra el montículo de nieve. Tomó su mano, dibujando una sonrisa ladeada que no presagiaba nada bueno y como todo un indecente patán, tiró de ella hacia abajo para lanzarla sobre la fría cobertura blanca, tomándola de la cintura para rodar, quedar encima y poder levantarse el primero – No soy bueno en nada, excepto en una cosa

Retomando la cita sobre sus nefastas cualidades para la servidumbre. La sonrío un poco y se levantó para sacudirse de una vez la nieve pegada a sus pantalones, palmear las manos para entrar en calor y coger la tira del trineo para ir cuesta arriba de nuevo, en eso si podía complacer a su señora, subir y bajar cuantas veces quisiera, tenía resistencia física de espartano tras tantas horas a pie de cañón con Ayres – Apúrese ama, debe darme prenda para liberarme de la esclavitud – y se reía porque si tardaba en levantarse era su culpa pero Adair ya estaba a medio turón cuando dijo eso y continuó hasta arriba para dejar el trineo en el borde de la ladera nevada y sentándose el primero, eso sí, clavó los pies en la nieve para esperar a Regina.

- Te toca empujar – sonrisa enorme y condenadamente infantil, echando el peso de la caída a su dueña cuando él tenía que ser quien cumpliera fiel todos sus deseos pero total, aunque Adair haría cualquier cosa por ella, ese día quería ser un esclavo rebelde y mejor instar a Regina a hacer cosas desagradables – Agárrate bien a mi – aunque eludió el comentario sobre agarrarle la entrepierna para estar más segura y limitó sus actos a obedecer, echándose un poco más hacia delante para dejar un lugar a su amiga mientras abajo, Buttercup seguía ladrando como histérica dama.

Ella empujo suavemente con sus pies, Adair fue más necio y bajó las piernas del trineo para dar un impulso más fuerte que hizo descender el trineo con rapidez, raudo afianzó con una mano las de Regina sobre su abdomen tapado por mil capas de ropa y con la mano dirigió la maldita plancha para que no terminaran chocando con el condenado montículo de nieve. Largos segundos de descenso donde no dejaba de carcajearse pese a estar helándose la garganta y esta vez el trineo terminó su recorrido sin más incidentes que el paulatino descenso en su velocidad hasta detenerse – Ponte delante que te subo

Bajó del trineo, tomó la cuerda y empezó a tirar de nuevo hacia arriba con ella, crujiendo las botas sobre la nieve hasta culminar la cima sin demasiado esfuerzo, Regina parecía cada día pesar menos - ¿Regina qué comes? – añadió con preocupación fraternal una vez estuvieron parados arriba – Pronto te tocaré las costillas cuando te abrace – no, él no iba a eludir el tema de Dan, suficiente mal debía pasarlo con ser la “pobrecilla hermana” que había perdido a su hermano por las zarpas del violento licántropo, Adair aún tenía recuerdos funestos de aquel suceso y recordaba con exactitud como ocurrió todo, no iba a meter el dedo en la yaga pero si preocuparse de una forma indirecta con aquel tipo de preguntas – ¿Qué hace su esclavo? ¿No le da de comer? Habrá que fustigarlo – dicho eso, sin subirse esta vez, empujó desde atrás el trineo, viendo como Regina descendía por el turón.