Terminando el entrenamiento

Los primeros días de entrenamientos fueron los más difíciles de toda mi vida. Joachim Ayres parecía tener la mente perdida, en cualquier parte excepto en el campo y había bajado el ritmo en sus exigencias y todos lo entendíamos perfectamente. Perder al único miembro vivo de su familia, a su hija, debía ser un duro golpe; sin embargo, no pudo haber sido en peor momento.

Le decía a Adair que no estaba nerviosa y que para mí sería simplemente como un partido de rutina de las Harpies, pero no era así. Estaba muerta de miedo y mis nervios estaban a flor de piel, tan así que casi no me acercaba a mis compañeros de carrera para entrenar y prefería hacerlo con Aldrich para que me diera ánimos. Evitaba especialmente a Adair.

Él y Hákan Kristjánsson se veían tan fuertes en comparación a los demás que no dudaba que fuesen a conseguir algo al terminar la carrera, sino es que antes y no podía verlos como compañeros, al contrario, eran una grandísima competencia.

Gracias a Merlin el entrenamiento había terminado ese día y estaba muy cansada para hacer algo más. Nunca salía de los vestidores sin asearme y vestirme de una manera más o menos decente, incluso llevaba tacones aunque a penas y tenía ganas de caminar. Dejé mi bolso en uno de los sillones al llegar a la sala de convivencia y me dejé caer en él, acostándome. Estaba tan cansada que incluso podría dormirme ahí mismo aunque los pies me colgaran y la posición estuviera medio extraña.

Le había dicho a Aldrich que lo vería después al llegar a Smertios, pero mejor sería hasta la cena si es que todavía quería. Voltee hacia un lado y encontré un ejemplar viejito del Escuchón.

¿Más? Por Merlin, ¿qué no tiene otra cosa que hacer?... ah, es el mismo. Marianne, que tonta, ya hasta estás paranoica.

Jeans cómodos, una sudadera holgada y unos converse rojos que no hacían combinación en nada en su atuendo informal.
Había estado casi toda la mañana y parte de la tarde estudiando para un exámen que presetnaría pronto sobre vampiros y veelas. Le resultaba algo irónico y divertido, pues a veces decía que los vampiros eran los enemigos naturales de un hombre lobo. June jamás había conocido a ninguno, pero ese pesado libro que tenía sobre las piernas le empezaba a dar cierta curiosidad.
Agnus se había aferrado a alejarla de los peligros, o eso decía siempre que lo veía, pero June a veces se aburría e iba sola al Bosque de Andarta para buscar algo interesante, pero lo único que se había presentado ante ella había sido musgo y árboles.

Ya estaba harta de solo leer y cerró el pesado libro sobre su regazo y lo tiró a un lado en el sofá. La sala de la facultad estaba vacía y June se imaginaba que quizá los de su misma carrera estarían estudiando como ella o quizá ellos sí estuvieran divirtiéndose. O en todo caso, los de la carrera de Quidditch estaban ocupados en sus partidos. El Quidditch había sido algo sagrado en su familia, sin que ella en realidad fuera muy aficionada para siquiera saberlo jugar. Veía a los de aquella carrera como intrépidos y valientes, pues no cualquiera podía perseguir o esquivar una bludger.

Se estiró en el sofá y casi se sintió un poco canina al hacerlo. Cerró los ojos un momento pero unos pasos pesados le hicieron volverse más vivaracha. Entró Marianne y se dejó caer en uno de los sillones con pesadez, parecía mucho más agotada que June misma y pronto ya estaba leyendo un ejemplar muy viejo del Escuchón. Habló en voz alta y eso hizo que la pelinegra tuviera más atención en Marianne.
Con paso despreocupado se acercó a la chica de Smertios y le sonrió mientras se sentaba en un sofá que estaba frente a ella. Se acomodó como si de su propio sillón se tratara y volvió a estirarse, dejando escapar un largo suspiro.

-¿Una revista te vuelve paranoíca?-Preguntó June con media sonrisa en los labios, volteando a ver a su compañera. La conocía por el negocio de sus padres, pero nunca habían entablado una amistad o relación en sí.-¿Eso es lo que te tiene tan agotada?

Nunca supe en qué momento me volví tan loca como para hablar conmigo misma, pero se me hizo costumbre y ya no pude quitármela. Creo que fue desde aquel día de los papelitos, aquí mismo en Cerridwen, cuando no podía dormir; era chistoso por que podía hablarme y responderme yo sola y estaba bien pero contar ovejas estaba mal por que no era una persona precisamente imaginativa.

La voz de June me hizo sobresaltarme. Ya había leído aquella publicación, pero no con tanto detenimiento como ahora y, omitiendo mis partes, me estaba regodeando de las desgracias ajenas. Para qué mentir, me gustan los chismes de pasillos como ese.

Me asusté, que tonta –dije alzando la mirada hacia ella. No tonta ella, tonta yo por no haberla visto antes. ¿Cuánto tiempo llevaría ahí sentada?-. No, no es solo una revista, es La Gacetilla. ¿Ya le leíste?

Me enderecé casi gimiendo de pura flojera. Mis músculos estaban comenzando a estirarse y no me había dado el tiempo de relajarlos al terminar el entrenamiento por que estaba muy cansada, creo que mañana pagaría las consecuencias en la mañana cuando no pudiera ni levantarme.

O bueno, mejor no la leas -dude un momento antes de tendersela. ¿Y si pensaba cosas horribles de mi? No había hablado aún de esto con nadie. Se la di con todo el dolor de mi corazón-. O bueno si, pero no vayas a mirarme con cara de que soy una zorra o algo por que se me va morir el corazón.

Le sonreí. Eso me tenía fastidiada, pero no. No era lo que me tenía tan cansada.

Ay no. Fue el entrenamiento, estoy muerta. ¿Y tu? No te había visto en todo el día, ¿dónde te habías metido? ¿Llevabas mucho aquí? No te había visto. Ay, creo que te hice demasiadas preguntas.




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