Entrenamiento a oscuras

Pocos se quedaban con ganas de seguir entrenando después del tiempo reglamentario por la simple razón de que solía ser más que suficiente para terminar agotado. Él también estaba cansado, pero sentía en el cuerpo que no lo suficientemente cansado como para tener una de esas noches sin sueños en las que sólo se cae rendido en la cama esperando el siguiente día de duros entrenamientos. El cansancio físico era una de las cosas que más disfrutaba y mejor ponía su mente en orden. Con el tiempo se había deshecho del insomnio provocado en una celda, pero aún así había noches en las que sabía que sus ojos no iban a cerrarse.

Esa era una de ellas. En vez de ducharse, se había quedado mirando el campo desde las gradas con la capucha de la sudadera puesta y un montón de pensamientos en la mente, todos ellos puestos en el futuro aunque sin poderse deslindar de la parte más amarga del pasado.

Ya en varias clases se había planteado la idea de pensar a futuro, de que en próximas fechas habría gente de los equipos mirándolos entrenar y en los partidos de práctica, y no sabía si serían tan objetivos como pregonaban. Los licántropos, por mejores jugadores que fueran, tenían pocas o nulas oportunidades de ser profesionales, por ejemplo. La gente con mala fama parecía cargarla para siempre y otras tantas restricciones que no se enfocaban en el juego. Era prematuro aventurar que él estaba en ese grupo, o eso decían los profesores. Aún así la parte más pesimista de su razonamiento le decía que quizás le habían dejado entrar a la carrera como premio de consolación.

No sabía hacer nada mejor que jugar quidditch, lo sabía y no le acomplejaba. No había nada en otras carreras en lo que sintiera que pudiera llegar a la excelencia y sin una escoba y un bate seguramente terminaría de nuevo metido en líos, se conocía bien y conocía bien el mal familiar. Por un instante recordó los entrenamientos nocturnos en la semi-oscuridad de cuando estaba en el Puddlemere y pensó si aún sería capaz de hacerlo. Se levantó de la grada y tomó la escoba, pero aún sin decidirse a seguir entrenando a libertad (o sólo cansándose) o irse a duchar de una vez.

Llevaba de buscadora los mismos años que de cazadora, pero no era lo mismo. Tenía la complexión y la agilidad, por eso era buscadora y había entrenado más arduamente en ese puesto; mis mayores logros habían sido en él. Pero, ¿qué tal si solo me dedicaba a atrapar la snitch por que era lo que debía hacer, por que todos me decían que era buena para eso? Sin duda alguna lo era, pero tal vez no era lo que verdaderamente quería y no lo había notado sino hasta ahora.

El puesto de buscador estaba ocupado en Gryffindor y había entrado al equipo como cazadora en lo que quedaba libre, finalmente lo obtuve pero nunca fue lo mismo. Claro que sufrí más caídas, más golpes de bludgers y miles de golpes por parte de los jugadores, pero sentía más presencia en el partido y sin duda lo disfrutaba aún más, me divertía. Seguramente soy buscadora por el protagonismo que el puesto recibe.

Sin contar con los entrenamientos en los que nos hacían cambiar de puesto, llevaba años sin tocar una quaffle, por eso me ofrecí voluntaria para guardar todas las pelotas al termino del entrenamiento. Quería aprovechar que todos estaban en el los vestidores para jugar un rato, solo jugar.

Pero el campo no estaba solo. Ya era de noche y no podía ver bien quién más estaba ahí, pero me acerqué. Sabía que no podía ser un robachicos peligrosísimo por que casi nunca entraban magos ajenos a Brigantia y no me asustaba que fuera un mortífago por que algunos ya me conocían desde la infancia, seguramente sería el novio de la tal Lady (pensar en eso me hizo reír, ¿quién sería novio de la hermana de Bird? ) o de alguna oyente, esperándola mientras se termina de vestir.

No se por qué me acerqué con mi escoba en mano y la quaffle. Desde muy niña me enseñaron que estaba prohibido hablar con extraños, pero en mi dialogo interno ya había decidido que no eran tan extraño por estar en la universidad.

Hey, piensa rápido –dije lanzandole la quaffle como si fuera un pase y me di cuenta de que a ese extraño si que lo conocía. Rayos, me había propuesto hablarle únicamente lo estrictamente necesario-. ¿Butcher? ¿Por qué estás aquí? Creí que ya estabas en los vestidores.

Los pases podían no ser el fuerte de un golpeador, pero sí los reflejos, y los entrenamientos integrales de la carrera de quidditch hacían a cualquier apto para agarrar una quaffle, para, en efecto, pensar rápido. La atrapó con una sola mano aunque estirándose de más y perdiendo el equilibrio por un instante, y recuperándolo en otro. Después de la atrapada había reconocido la voz, y la silueta. No había tantas mujeres en la carrera y tenía bien ubicadas a sus compañeras.

Marianne Heard había sido una de sus mejores compañeras dentro del campo cuando había jugado para Gryffindor y era de las cosas que mejor recordaba entonces. Esa intuición de comunicación no verbal ocurría pocas veces de manera tan natural, en los equipos grandes se conquistaba a base de mucho esfuerzo y de abandonar la batalla del ego, tan usual dentro de un deporte de conjunto.

La otra parte que venía con su recuerdo en el campo resultaba ser una historia más sórdida, que todavía le sacaba alguna sonrisa al repasar accidentalmente ese episodio de su vida. Eran como dos cosas completamente aparte una de la otra, y lo único que salvó su buen desempeño en el campo después de esa noche en que, multijugos o no, había estado con él, era que el quidditch en conjunto se les había terminado. Después de aquello, lo notó a pesar de su falta de sensibilidad, ella había puesto aún más distancia en su de por sí trato lejano fuera del deporte, y nunca más se había tocado el tema. Más bien, el tema nunca se había tocado, pero algo en su mirada decía que más que haberlo olvidado, se había esforzado por quitarle importancia.

"Se me extravió mi reloj y vine a buscarlo" mintió buscando ser evidente. Después miró la hora "Vaya, lo traía puesto. ¿Qué haces tú aquí?"

Como siempre era brusco con sus palabras, tuviera el trato que tuviera con una chica. Esa protocolar indiferencia en la que se tenían le hacía un poco de gracia, sobre todo al encontrarse en lugares más comunes como comedor o terrenos, y no sabía si eran ideas suyas pero le parecía haber visto a Marianne fingiendo muy bien no haberlo visto cuando no se lo topaba tan de frente y sin escapatoria. Le lanzó de vuelta y con fuerza la quaffle.

Lo más fastidioso, odioso e inmaduro del mundo era tener mi edad y aún así preocuparme por cualquier cosa que mi padre y mi madre dijeran o pensaran. Para ellos mi conducta siempre había sido intachable, así como las amistades que frecuentaba y aunque tal vez no había sido siempre así, procuraba no defraudarles. Sabía que la idea de tener una amiga así era insoportable y aburrida, pero esa era la paga de ser conocido de Marianne Heard.

No debería ni siquiera dirigirle la palabra. Era un ratero, era amargado, no recordaba si malhablado, pelado, insolente, delincuente y sabía que había estado en la cárcel, muggle, pero para el caso da lo mismo y lo peor es que verlo me hacía recordar el odio que me tenía Bird.

Él era una de las principales razones por las que, de repente, había querido regresar a mi primer puesto. Nunca había jugado como jugaba cuando estaba él. Era extraño por que fuera del campo ni hablábamos, pero en los partidos era como si lo conociese de toda la vida y era extraño, por que sabía su forma de jugar, conocía cada uno de sus movimientos y sabía qué haría, como y donde estaría.

No habíamos vuelto a hablar desde aquella vez, en parte por mi culpa. No me había dado cuenta de cuánto me gustaba hasta que se fue, pero todo ya había pasado desde hace mucho.

Asentí cuando dijo lo de su reloj y enarqué una ceja, mirándolo de arriba abajo por que aún traía puesta la ropa de entrenamiento.

Oh, que bueno que lo encontraste –respondí usando casi el mismo tonito suyo-. Pues… quería entrenar un poco, ya sabes, un pequeño entrenamiento nocturno.

¿Por qué siempre tenía que hablar con ese tono de voz como de enojado? ¿Y por qué no me iba a volar de una vez por todas ahora que sabía que estaba ahí por su dichoso reloj?

¿Me puedes dar la quaffle, por favor? –dije alzando la mano para que me la diera-, ¿Qué puesto juegas, Butcher? -la verdad no iba por la vida y los entrenamientos fijándome en lo que hacían los demás-. ¿Quieres jugar un poquito? Ya sabes por los viejos tiempos y todo eso.

No sabía si rezar para que dijera que no y que pensara que solo se lo había dicho por mero compromiso (aunque no habia sido así realmente) o que me dijera que si y, efectivamente, recordar los viejos tiempos. De seguro él también se acordaba todavía.

Aunque a veces visitaba su memoria, siempre había pensado que el episodio de Marianne había sido más parecido al desliz por curiosidad de una chica decente que a una atracción verdadera, pasajera o no. Nunca sabría que en algún tiempo le había gustado, y quizás era mejor así por que era malo para esas cosas cuando eran tan evidentes, y carecía de comprensión para las sutilezas de la mente femenina. Traía la misma ropa del entrenamiento y usaba el mismo tono para responderle, tono que usaba en automático y sin malas intenciones, pero el que le hacía sonar agresivo. El acento londinense de clase trabajadora tampoco ayudaba.

"Soy golpeador, Heard, como en Hogwarts ¿Se te olvidó?" Quiso pensar que lo hacía como parte de esa intención de ignorarlo a menos que no tuviera alternativa, y no que se hubiera olvidado que había jugado en la misma posición desde que estaban en el equipo. Ella aún no entraba cuando todavía era cazador.

Tuvo que sonreír con la propuesta, sin hacer notar que el campo estaba solo, no necesitaba evaluar cada segundo a Marianne para saber en qué términos lo tenía, eso tampoco lo hacía sentir mal. Se levantó de la grada donde estaba y tuvo que repetir la última parte de su frase.

"Por los viejos tiempos y todo eso ¿Qué tal está tu vista? vamos a jugar a oscuras. Te dejo poner las reglas"

Se quitó la sudadera y giró un poco su cuello, después un hombro que le había quedado un poco resentido ese día, nada grave. El frío no era factor para querer usar más que la camiseta blanca sin distintivo alguno que traía puesta, pues se conocía bien y a las primeras vueltas ya no aguantaba traer algo más encima. Le costaba trabajo con el uniforme oficial aunque se esforzaba por adaptarse, y sabía que era mejor usarlo y todo eso. Estiró los dedos dejando ver en sus nudillos una cruz tatuada de la manera menos profesional posible en Wandsworth, pero había tenido suerte y no contrajo hepatitis B ni nada por el estilo al hacerse un tatuaje en prisión. Había perdido ya un poco de color por la mala calidad de la tinta.

Unos pocos pasos lo pusieron cerca de ella e invadió aún más su espacio personal para quitarle la quaffle, quedándose muy cerca y sonriéndole con el puro afán de incomodarla, pero no prolongó por mucho tiempo la cercanía y se puso a lanzarse la quaffle de una mano a otra mientras ella decidía las reglas.

Claro que se me había olvidado, pero no a propósito. Mis recuerdos de quidditch con él eran maravillosos pero creo que en algún punto los había confundido y siempre me veía como su mancuerna o algo similar, por eso daba por sentado que jugábamos en el mismo puesto. Me llevé una mano al cabello y lo hice girar disimuladamente. ¿Cómo había podido olvidarlo? ¿Qué me pasa?

No por supuesto que no, solo te estaba probando –atiné a decir como si fingidamente me ofendiera que lo insinuara aunque sea poquito-. Hasta eso tengo bonitos recuerdos de ti.

Bonitos recuerdos de quidditch. Por eso también le sonreí, ahora que lo pensaba bien no me parecía tan mala idea jugar con él, no lo había dicho solo por decir y romper el silencio. En realidad sí quería hacerlo para rememorar viejos tiempos y, por que no, para ver si todavía teníamos la sincronía de antaño.

No te preocupes, soy buscadora –me recargué en el palo de mi escoba y me llevé una mano a la cintura-. Puedo ver lo que dice tu tatuaje desde aquí.

Bueno tampoco es que nos separaran tres campos de distancia, pero para el caso me había entendido. Yo no me quité la sudadera por que era tan friolenta que con solo soplarme me daba frío, miré hacia el campo y aproveché a pensar las reglas por que sí, estaba algo oxidada. Solo se me ocurrían cosas ridículas como “el primero que encuentre la snitch…” o “el que alcancé primero esta manzana”, “el que se deje caer y no se estrelle”…

Otra vez lo miré de arriba abajo pero está vez no fue para criticar su ropa sino por que me incomodó un poquito que se acercara tanto, creo que hasta fruncí un poquito el entrecejo y di dos pasitos hacia atrás.

Ya se. Esos aros son los míos y los tuyos son los de allá. 15 puntos si le atinas al del centro, 10 al de la derecha y 5 al otro, el primero que anote 50 gana. ¿Te parece? –aunque el campo me pareció muy grande para los dos solos, no íbamos a terminar jamás-. O puede ser una especie de carrera, si quieres, empezamos desde allá –le señalé los aros que iban a ser los suyos, los míos eran los que teníamos más cerca- hasta acá y el que tenga la quaffle y anote en estos es el que gana. El primero que anote 2 de 3. Yo me quedo con la quaffle primero por que tienes que ser caballero –ay si, ajá-. Elige.

Tenía la misma atención que un mosquito y no podía evitar seguir con la mirada la quaffle en sus manos.

Con una mezcla de ceño fruncido y sonrisa guardó silencio después de que Marianne le dijera que los recuerdos que conservaba de él eran buenos, sin darle muchas vueltas al asunto pero queriendo intuír dobles lecturas, a pesar de haber dejado claro que todo se refería al campo de juego y al quidditch. Ya apartado de ella se rió con discreción cuando afirmaba tener mejor vista que muchos, y se lo creía, por que era buscadora. Era un puesto que particularmente nunca le había intrigado y como muchos, sobre todo cazadores, sentía que las reglas del quidditch deberían dejar de dar tanta prioridad a la snitch dorada.

Lo de la incomodidad cuando se le acercaba tanto había sido deliberado, con la respuesta exacta que esperaba de ella. Dentro le quedaba la satisfacción del pasado, esos placeres malsanos que siempre se quedaban en la memoria, se hubiera como se hubiera dado su encuentro. Ya no se acordaba cómo besaba, pero seguramente había estado bien, o más que bien, por que de otro modo se habría olvidado. Había tenido muchas cosas de una noche sobre todo con chicas muggles a las que era más fácil jugarles la carta de tipo malo y descarado que funcionaba tan bien en las salidas nocturnas. Las brujas siempre le habían dado mucho más trabajo, y había dejado de esforzarse hacía tiempo.

Se giró para escucharla aunque no la miró, seguía lanzándose la quaffle de una mano a otra y levantando la vista un poco a los aros que señalaba. Su propuesta sonaría mejor si fuera de día o si al menos fueran dos personas más. Detuvo la quaffle en sus manos y se agachó un poco para buscar un bate que se había quedado ahí entre sus cosas que aún no llevaba al vestidor.

"Te propongo esto: exactamente lo mismo, pero anotemos sólo a unos aros. Lanzo la quaffle al aire..." Le habían dicho muchas veces que no golpeara las quaffles con un bate de golpeador, pero daba igual, de otro modo no podría lanzarla suficientemente lejos.

"Y si me la ganas tendrás la quaffle primero"

Cualquier otro sólo hubiera asentido y le hubiera dado la pelota, pero ese no era su estilo. En segundos se montó en la escoba haciendo sonar la madera del graderío con el pie antes de lanzarse a volar y pretender ganar primero esa pelota que el mismo había lanzado y empezaba ya su trayectoria en caída hacia el suelo. Marianne era mucho más veloz que él, eso lo tenía claro, así que en cierta forma le estaba dando una ventaja aunque a primera vista no lo pareciera.

Lo medio pensé por unos segundos y medio alcancé a asentir para decirle que estaba de acuerdo, pero tampoco me dio tiempo para decirle las demás reglas como las típicas de “nada de golpes” o “no salirse del campo” o cualquier cosa que pudiera ser trampa.

Supongo que me quedé mirándolo como lo haría una santa ofendidísima mientras se montaba a la escoba por que no pude creer que me dijera que no, aunque ya me lo esperaba. En realidad no pensé que se fuera a ir volando así como así, aunque lejos de enojarme muchísimo me alegro; estaba acostumbrada a que hicieran todo lo que yo quería e hizo que quisiera aún más atrapar la quaffle primero.

Acomodé la escoba entre mis piernas y con un golpe al escaloncito ya estaba volando. Me incliné muchísimo hacia el mango para volar más rápido y lo seguí. Ya se que no era necesario por que de todas formas él era mucho más robusto que yo y podía rebasarlo fácilmente por que aún quedaba mucho campo (si no hubiera golpeado la pelota con el bate tal vez no habría llegado tan lejos), pero tomé su escoba por debajo, tomándola por las ramitas y la jalé para usarlo como palanca, aunque la verdad sí que me costo, y tomar más impulso. Nunca había jugado a la ofensiva con él, ni siquiera en los entrenamientos por que siempre habíamos sido equipo y era raro tratar de no sincronizarme con él.

Miré hacia atrás y le sonreí con socarronería por la pequeña ventaja que acaba de ganar y después volví a mirar hacia el frente justo a tiempo para alcanzar la quaffle antes de que se fuera en picada hacia el suelo. La sostuve bajo mi brazo izquierdo, deteniéndola un poco con la mano y giré la escoba para dirigirme a los aros que habíamos acordado.

¡Vamos, Butcher, quítamela! –le grité, descendiendo un poco al pasar junto a él y volando en zigzag para que le costara más alcanzarme. Creo que debí haber tomado también uno de los bates, aunque estuviera prohibido y me costara coordinar el lanzamiento-golpe.