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El primer incidente
2 participantes
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El primer incidente
Me había acostumbrado a Inglaterra con una facilidad que aún no terminaba de creerme, sobre todo porque jamás en mi vida había viajado a ningún sitio que no fuera como mucho Nizhni Novgorod, donde vivía mi tío Gavrail con su esposa Vera. Pensaba que añoraría el clima, la comida o cosas de ese estilo que conformaban un estereotipo típico para los extranjeros. Pero no era así, todo estaba en su sitio y me había sabido acoplar muy bien a la situación con mucha facilidad.
Aunque el idioma me resultaba un tanto difícil cada día me defendía mejor con el acento y según qué vocabulario específico y hasta, en mi primer día allí, me había aventurado a colgar un cartel en la cafetería y pasillos aledaños del comedor buscando un tutor de mi edad.
Claro que podría haberle pedido a mi madre, o incluso a Thodor, por más que me pesara demandar su ayuda, un elfo que me enseñara todo lo que necesitaba saber en el mínimo tiempo posible pero también me apetecía conocer gente nueva y disfrutar un poco de esa suerte de autonomía que me parecía respirar hasta a través del amasijo de piedras de las paredes de aquel castillo no tan aciago como me había imaginado. Era una buena estrategia para hacerme de un nuevo grupo de amigos dado que el que tenía se había quedado en Bulgaria, estudiando en academias locales o ya directamente trabajando.
Ascendí por una escalera mientras volvía de mi primera clase, con un buen montón de libros hechizados siguiéndome y leyendo con las manos desocupadas una carta que madre me había enviado. Aunque no conocía mucho de mi familia materna, lo justo y necesario porque madre siempre había intentado mantenernos alejados de Inglaterra, sabía bien que tenía que ser discreto con algunos asuntos.
Al principio pensaba que a nadie tenía que interesarle una familia de sangre limpia en decadencia más pero pronto empecé a entender como funcionaba ese mundo y cómo podía repercutir mis acciones en la vida de mis hermanos, de padre y en última instancia de mamá. Por la noche me dio mucho frío y, tras una cena más bien austera porque jamás había sido de comer mucho, fui al lago de Dagda a mojarme un poco las manos y calentármelas un poco. También me apetecía que me diera un poco el aire, aunque hiciera fresco, hasta me sentía un poco rebelde al salir de noche fuera. Era un bobo, pensé, mientras sonreía y caminaba con rapidez hacia el lugar. Sabía que era un poco absurdo lo que estaba haciendo pero me daba igual, concluí que sería bueno por una vez en mi vida no calcular mis pasos al milímetro.
Me descalcé rápido y me senté cerca de un pequeño riachuelo que desprendía un fino vapor con un aroma que no supe identificar de inmediato y sin pensarlo más metí un pie, con tan mal tino que sin darme cuenta la varita que llevaba en el pantalón resbaló de mi bolsillo y cayó al agua. Enseguida me sobresalté, me incorporé rápidamente y me arremangué la camisa de lino azul marino que llevaba para poder alcanzar el trozo de madera antes de que la corriente se la llevara.
Estaba muy asustado y abrí tanto los ojos que hasta se podría decir que multipliqué su tamaño más de lo que jamás había hecho; me sentía desprotegido, como si no pudiera ni siquiera articular palabra aunque pudiera. Empecé a mover la mano frenéticamente y me insulté por dentro, por despistado y por intentar creerme algo que no era. No podía llegar a concebir, en ese segundo de total nerviosismo, cómo sería vivir sin varita uno o dos días hasta que pudiera ir a comprarme otra.
Aunque el idioma me resultaba un tanto difícil cada día me defendía mejor con el acento y según qué vocabulario específico y hasta, en mi primer día allí, me había aventurado a colgar un cartel en la cafetería y pasillos aledaños del comedor buscando un tutor de mi edad.
Claro que podría haberle pedido a mi madre, o incluso a Thodor, por más que me pesara demandar su ayuda, un elfo que me enseñara todo lo que necesitaba saber en el mínimo tiempo posible pero también me apetecía conocer gente nueva y disfrutar un poco de esa suerte de autonomía que me parecía respirar hasta a través del amasijo de piedras de las paredes de aquel castillo no tan aciago como me había imaginado. Era una buena estrategia para hacerme de un nuevo grupo de amigos dado que el que tenía se había quedado en Bulgaria, estudiando en academias locales o ya directamente trabajando.
Ascendí por una escalera mientras volvía de mi primera clase, con un buen montón de libros hechizados siguiéndome y leyendo con las manos desocupadas una carta que madre me había enviado. Aunque no conocía mucho de mi familia materna, lo justo y necesario porque madre siempre había intentado mantenernos alejados de Inglaterra, sabía bien que tenía que ser discreto con algunos asuntos.
Al principio pensaba que a nadie tenía que interesarle una familia de sangre limpia en decadencia más pero pronto empecé a entender como funcionaba ese mundo y cómo podía repercutir mis acciones en la vida de mis hermanos, de padre y en última instancia de mamá. Por la noche me dio mucho frío y, tras una cena más bien austera porque jamás había sido de comer mucho, fui al lago de Dagda a mojarme un poco las manos y calentármelas un poco. También me apetecía que me diera un poco el aire, aunque hiciera fresco, hasta me sentía un poco rebelde al salir de noche fuera. Era un bobo, pensé, mientras sonreía y caminaba con rapidez hacia el lugar. Sabía que era un poco absurdo lo que estaba haciendo pero me daba igual, concluí que sería bueno por una vez en mi vida no calcular mis pasos al milímetro.
Me descalcé rápido y me senté cerca de un pequeño riachuelo que desprendía un fino vapor con un aroma que no supe identificar de inmediato y sin pensarlo más metí un pie, con tan mal tino que sin darme cuenta la varita que llevaba en el pantalón resbaló de mi bolsillo y cayó al agua. Enseguida me sobresalté, me incorporé rápidamente y me arremangué la camisa de lino azul marino que llevaba para poder alcanzar el trozo de madera antes de que la corriente se la llevara.
Estaba muy asustado y abrí tanto los ojos que hasta se podría decir que multipliqué su tamaño más de lo que jamás había hecho; me sentía desprotegido, como si no pudiera ni siquiera articular palabra aunque pudiera. Empecé a mover la mano frenéticamente y me insulté por dentro, por despistado y por intentar creerme algo que no era. No podía llegar a concebir, en ese segundo de total nerviosismo, cómo sería vivir sin varita uno o dos días hasta que pudiera ir a comprarme otra.
Grigor Sevar- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 08/09/2012
Re: El primer incidente
Llevaba pocos días en la universidad pero Othilia van Lieshout ya estaba algo atareada con libros (nunca estaba de más ir preparadísima a clase) y un tanto exasperada con la prole impura correteando por los pasillos. ¡Incluso logró vislumbrar un par de jovencitos que intentaban usar artilugios muggles! Por Morgana, casi provocaron en la chiquilla arcadas. Eran cosas nimias casi sin sentido para otras personas pero para la hija de Jev Brackminster era algo intolerable, paulatinamente notaba una creciente ansiedad que poco a poco iba expandiéndose por su pecho hasta el punto de crearle una opresión. Othilia decidió no usar los métodos oscuros para solventar todo el asunto para proteger a su padre a cambio fue hasta su habitación y dejó las cosas del curso encima la cama para luego tomar su varita. Minutos después abandonó el castillo infestado con la peste de todos esos insoportables para ir a pasear por los terrenos, lejos de esa mala genética que provocaban en ella dolores de cabeza.
Caminó tranquilamente por los pasillos, agradecida por solo escuchar la naturaleza y no voces gritonas de algún equipillo improvisado de Quidditch. En sus manos (la varita la llevaba escondida en una de las mangas de su túnica azul oscuro) llevaba una sombrilla hechizada por su familia para que no pasara ni un solo rayo de sol. Colocó la varilla del paraguas sobre su hombro derecho y protegiendo su piel pálida de los rayos solares, avanzó a la búsqueda de la tranquilidad.
Ensimismada en sus propios sueños donde además de enorgullecer a la familia se mostraba como una de las jueces del ministerio de magia Holandés, no fue consciente que sus pasos la condujeron hasta el lago Dagda hasta que un intenso chapoteo hicieron que Othilia apartara la vista del frente y observara a través de sus largas pestañas oscuras a un muchacho revolviendo en el agua. Apretó un poco más los labios pintados en un color rojo intenso antes de peinar un mechón de pelo rubio platino tras su oreja y avanzó lentamente hacia donde estaba el chico algo curiosa por ver que tanto drama estaba provocando.
- ¿No te da vergüenza estar revolviendo esa sucia agua? – preguntó con esa voz aterciopelada de la que disfrutaba pero a la vez con ese matiz frío e insensible de trasfondo – ¿Qué pasó? – volvió a posar sus ojos azules en la masa de agua algo contrariada con el escándalo. Irremediablemente, soltó un suspiro resignado con tanta locura contenida en aquel castillo y cuando volvió a abrir los párpados, alzó la vista a fin de perderse en sus pensamientos pero la imagen de un trozo de madera flotando en el agua, la devolvió a la realidad. Othilia acercó sus pasos lentamente hasta la posición del trozo de madera, la examinó desde la orilla y solo se acuclillo para tomar la varita cuando sacó un pañuelo bordado de uno de los bolsillos de su túnica, lo usó para no tocar el trozo de madera ni el agua con sus delicadas manos- ¿Esto es lo que buscabas?
Caminó tranquilamente por los pasillos, agradecida por solo escuchar la naturaleza y no voces gritonas de algún equipillo improvisado de Quidditch. En sus manos (la varita la llevaba escondida en una de las mangas de su túnica azul oscuro) llevaba una sombrilla hechizada por su familia para que no pasara ni un solo rayo de sol. Colocó la varilla del paraguas sobre su hombro derecho y protegiendo su piel pálida de los rayos solares, avanzó a la búsqueda de la tranquilidad.
Ensimismada en sus propios sueños donde además de enorgullecer a la familia se mostraba como una de las jueces del ministerio de magia Holandés, no fue consciente que sus pasos la condujeron hasta el lago Dagda hasta que un intenso chapoteo hicieron que Othilia apartara la vista del frente y observara a través de sus largas pestañas oscuras a un muchacho revolviendo en el agua. Apretó un poco más los labios pintados en un color rojo intenso antes de peinar un mechón de pelo rubio platino tras su oreja y avanzó lentamente hacia donde estaba el chico algo curiosa por ver que tanto drama estaba provocando.
- ¿No te da vergüenza estar revolviendo esa sucia agua? – preguntó con esa voz aterciopelada de la que disfrutaba pero a la vez con ese matiz frío e insensible de trasfondo – ¿Qué pasó? – volvió a posar sus ojos azules en la masa de agua algo contrariada con el escándalo. Irremediablemente, soltó un suspiro resignado con tanta locura contenida en aquel castillo y cuando volvió a abrir los párpados, alzó la vista a fin de perderse en sus pensamientos pero la imagen de un trozo de madera flotando en el agua, la devolvió a la realidad. Othilia acercó sus pasos lentamente hasta la posición del trozo de madera, la examinó desde la orilla y solo se acuclillo para tomar la varita cuando sacó un pañuelo bordado de uno de los bolsillos de su túnica, lo usó para no tocar el trozo de madera ni el agua con sus delicadas manos- ¿Esto es lo que buscabas?
Othilia van Lieshout- Mensajes : 143
Fecha de inscripción : 08/09/2012
Re: El primer incidente
Era estúpido, todo eso, noté un calor inmediato en el brazo y como una piedra me cortaba la parte interior de uno de los dedos pero no me detuve en mi empeño. Jamás había perdido mi varita, ni la había roto ni nada por el estilo y no podía pensar que esa sería la primera vez. No noté el crujir de la hierba que anticipaba que alguien se acercaba hacia mi, seguramente algún curioso o algo peor.
Fui lo suficienemente ágil para dejar de alborotar el agua y virar los ojos hacia lo que parecía una figura bastante cerca mío. Creí sentir como mi corazón se paralizaba en cuanto mi mano no podía dar con mi varita mágica y aunque experimenté un atisbo alivio al verla suspendida en el aire por la acción de lo que parecía ser una chica de repente la buena educación que siempre me había caracterizado hizo que me levantara rápidamente, me calzara e intentara recomponer todas las partes de mi maltrecho aspecto. Ni siquiera había oído lo que ella había dicho antes ni tampoco me interesaba, lo único que quería era recuperar la representación de mi poder mágico y así tenía que ser.
Enseguida me di cuenta de que tenía el pelo un poco alborotado, algo totalmente extraño en mi. Enseguida todo mi organismo se calmó un poco y pude ver cómo era, si era más alta que yo o no, el color de su pelo y esas cosas. Y lo peor de todo es que era impresionantemente guapa, y además rubia, a nosotros siempre nos habían perdido las rubias, y eso hizo que me pusiera nervioso pero lejos de empezar a tartamudear me crecí y esgrimí una voz especialmente grave.
Como si de repente fuera el mago más intimidante de todos los tiempos y no tuviera absolutamente miedo de nada, como si fuera invencible o algo así. Solamente le pedí a los cielos que no fuera una de las amigas de Thodor o tendría que caminar con la cabeza agachada por lo menos dos meses. Genial Grigor, eres idiota, me dije mentalmente al verme en medio de aquella situación tan poco común para mi.
- Perdona la escena, no tenías por qué ver como pierdo los papeles. - siempre me salía eso de menospreciarme delante de la gente para que pensaran que no tenía carácter, que era otro hijo de mamá, aunque no fuera así. Todo estaba en la mente, era pura estrategia. De nada le servía hacerse el machito heroico. En un principio no sabía como calibrar, sin embargo, mis ganas de recuperar mi varita, por absurdo y desesperado que me pareciera todo, y ser lo suficientemente educado como para no terminar de causarle una impresión que distaba mucho de lo que yo era en realidad pero al final me decidí por actuar por puro impulso empleando mi intranquilidad, cada vez más efímera.
- ¿Te importa? - le pregunté con cada vez más seguridad y me dirigí hacia ella con cierta parsimonia, tranquilamente, para que no se asustara ni terminara de pensar que estaba rematadamente loco, y extendí la mano para recibir mi varita, porque quitársela de las manos me parecía del todo descortés.
Fui lo suficienemente ágil para dejar de alborotar el agua y virar los ojos hacia lo que parecía una figura bastante cerca mío. Creí sentir como mi corazón se paralizaba en cuanto mi mano no podía dar con mi varita mágica y aunque experimenté un atisbo alivio al verla suspendida en el aire por la acción de lo que parecía ser una chica de repente la buena educación que siempre me había caracterizado hizo que me levantara rápidamente, me calzara e intentara recomponer todas las partes de mi maltrecho aspecto. Ni siquiera había oído lo que ella había dicho antes ni tampoco me interesaba, lo único que quería era recuperar la representación de mi poder mágico y así tenía que ser.
Enseguida me di cuenta de que tenía el pelo un poco alborotado, algo totalmente extraño en mi. Enseguida todo mi organismo se calmó un poco y pude ver cómo era, si era más alta que yo o no, el color de su pelo y esas cosas. Y lo peor de todo es que era impresionantemente guapa, y además rubia, a nosotros siempre nos habían perdido las rubias, y eso hizo que me pusiera nervioso pero lejos de empezar a tartamudear me crecí y esgrimí una voz especialmente grave.
Como si de repente fuera el mago más intimidante de todos los tiempos y no tuviera absolutamente miedo de nada, como si fuera invencible o algo así. Solamente le pedí a los cielos que no fuera una de las amigas de Thodor o tendría que caminar con la cabeza agachada por lo menos dos meses. Genial Grigor, eres idiota, me dije mentalmente al verme en medio de aquella situación tan poco común para mi.
- Perdona la escena, no tenías por qué ver como pierdo los papeles. - siempre me salía eso de menospreciarme delante de la gente para que pensaran que no tenía carácter, que era otro hijo de mamá, aunque no fuera así. Todo estaba en la mente, era pura estrategia. De nada le servía hacerse el machito heroico. En un principio no sabía como calibrar, sin embargo, mis ganas de recuperar mi varita, por absurdo y desesperado que me pareciera todo, y ser lo suficientemente educado como para no terminar de causarle una impresión que distaba mucho de lo que yo era en realidad pero al final me decidí por actuar por puro impulso empleando mi intranquilidad, cada vez más efímera.
- ¿Te importa? - le pregunté con cada vez más seguridad y me dirigí hacia ella con cierta parsimonia, tranquilamente, para que no se asustara ni terminara de pensar que estaba rematadamente loco, y extendí la mano para recibir mi varita, porque quitársela de las manos me parecía del todo descortés.
Grigor Sevar- Mensajes : 37
Fecha de inscripción : 08/09/2012
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