¿Vas a llegar?

Que ella moviera sus caderas hacia mi, aun en esa posición en particular, tenía una puta carga psicológica más densa de lo que imaginan, y lamento no tener la suficiente habilidad mental como para describirlo en su totalidad, pero era algo que me parecía jodidamente atractivo de su parte, esa manera de convertir su sumisión en una especie de iniciativa, de seguir buscando que me la follara de esa forma, de que estaba más que encantada de que la tuviera así, con el culo a mi disposición y en ese lugar que era todo menos acogedor.

Apenas si logré escuchar lo que decía, y no precisamente porque en esos momentos hubiera demasiado ruido a nuestro alrededor. Era más bien que mis sentidos estaban completamente concentrados en lo que sucedía, más atentos al sonido de mi cuerpo chocando contra la carne de su culo, más al pendiente del apenas audible sonido de mi sexo haciéndose espacio entre la humedad de su coño. Cuando la escuché no pude hacer más que sonreír, tanto por lo que decía como por la manera en la que trataba de visualizarme, girando su rostro y dejándome ver esa cara de niña mimada haciendo sus más que visibles gestos de placer.

-¿Por qué?, ¿Ya quieres que me corra?, ¿zorrita?-

Me permití decirle aquello no porque la considerara una zorra ni mucho menos, era simplemente un juego privado, una forma que yo tenía de alimentar más mi guarrería mental y que de hecho había evitado hacer durante prácticamente toda nuestra relación. Esa era la primera vez que le decía algo parecido, pero ella ya me conocía… y tenía que darse cuenta del por qué y para qué. Es más, muy probablemente también llegara a gustarle, y eso solo era posible saberlo cuando se hacía en el momento (o bien preguntando antes, Joe). Empecé a mover mis caderas con aun más fuerza, en una especie de réplica a lo que Pearlie acababa de preguntar, o como si quisiera darle gusto y provocar con esos movimientos frenéticos un acercamiento a exactamente eso. Pero en un momento aleatorio, decidí detenerme y le di la vuelta de forma brusca, aprisionándola de nuevo contra la pared pero teniendo nuevamente su rostro a mi alcance.

-Si que lo voy a hacer preciosa, pero me pediste algo…-

Que me cuidara, y eso era justamente lo que iba a hacer. Mientras mi mano iba directo a la bolsa de mi chaqueta a buscar uno de mis preservativos, me puse de rodillas frente a ella y me hice espacio bajo su falda para pasar mi lengua por encima de su coño. Le acaricié con mi lengua lentamente mientras mis manos hacían lo propio para colocar la mierda aquella tan problemática mierda, y demoré un poco más después de hacerlo, ayudándome con los dedos para abrir un poco más los labios de su coño y saciándome de ese otro aroma que tanto extrañaba, de ese mismo que también había buscado en otros lados sin ninguna posibilidad de éxito.

Pero no podía demorarme demasiado tiempo en ello, no cuando seguíamos con peligro inminente de ser descubiertos y menos cuando mis ansias de seguir follándomela eran tan insoportables. Me deshice finalmente de sus bragas y las mantuve sujetas dentro de mi puño, para luego subir hasta su altura, levantar una de sus piernas y penetrarla en un par de movimientos. Me moví lentamente para acostumbrarme a la sensación del preservativo, mientras mis labios viajaron hasta los suyos para besarla y no parar de hacerlo durante un buen periodo de tiempo, demandante, casi asfixiante. Mis movimientos entonces sí, volvieron a acelerar y a buscar en forma definitiva el placer personal, en terminar por correrme dentro de su coño de una vez por todas.

Había notado de inmediato la forma en la que Pearlie me había mirado después de haber hecho que se diera la vuelta, una mirada demasiado evidente, demasiado jodidamente clara como para ser ignorada, y la razón no podía ser otra más que la forma en la que le había llamado hace tan solo unos momentos. Era incluso obvio, tan obvio que después de mirarle a los ojos, me extraño que su reacción no fuera la de empujarme y mandarme a la mierda, porque llamar de esa forma a una chica podía considerarse, casi para la gran mayoría, como la peor de las faltas. Si aquello era motivo de recriminación incluso para chicas acostumbradas al trato rudo, que decir de alguien que hasta hace unos cuantos meses había sido aun virgen.

Lamerle el coño había sido precisamente eso, una forma de buscar alguna especie de redención instantánea, una manera de decirle “De acuerdo, estuvo jodidamente mal… pero hey!, aquí estoy, para seguir haciéndote sentir bien” y poder continuar con ello. Y es que en definitiva, aun conociendo mi propio error, no estaba dentro de mis planes inmediatos dejar de penetrarla, no había forma ni fuerza que me alejara de ello mientras estuviera en mis manos evitarlo con lo que se me ocurriera, con atajos, con excusas, con lo que mierda fuera.

Cuando volví a penetrarla la miré de nuevo a los ojos, la miré de una forma contemplativa, expectante, y a cambio recibí un increíble impacto en esa mirada, una fuerza en sus ojos que me indicaban, con letras gigantes, que no le había gustado una mierda lo que había sucedido, una que incluso hasta podía decir que en realidad no le gustaban muchas cosas, pero que aun con ello estaba dispuesta a dármelo todo.

Así lo interprete, y a partir de ese momento me quedé en silencio, contrariado pero al mismo tiempo fascinado con esas putas agallas, y mis caderas siguieron moviéndose hacia ella aunque más bien, era ella la que se movía hacía mí, era ella la que mantenía el ritmo a su antojo y la que llevaba las cosas como se le daba la gana. Eso era lo que estaba sucediendo, y no tenía una puta idea del cómo o del cuando, ni del por qué, pero me importaba una mierda mientras pudiera seguir ahí, entre sus piernas, recibiendo la fuerza de sus caderas, siendo presa del hambre de su coño, de la intensidad de sus labios y de esos terribles ojos verdes que no paraban de mirarme.

Me aferré a sus tetas como quien se aferra a la maldita vida, y sentí de la nada que toda esa resistencia, toda esa facilidad con la que había llevado el control de mi cuerpo, de pronto se desvanecía entre mis dedos. Me encontré gimiendo, buscando sus labios de forma ansiosa, necesitada, lamiendo su cuello de forma desesperada, recibiendo todos esos impulsos que en algún punto comenzaron a explotar, uno a uno desde mi sexo para el suyo. ¿Quién coño era esta mujer?, ¿A quién se suponía que me estaba follando?, era tu Pearlie Burroughs, Joe, tu dulce y delicada Pearlie.

En cuanto vinieron esos segundos posteriores de haberme corrido, al entrar en ese estado de relajación que pedía obligatoriamente seguir moviéndome mientras el rastro de mi placer desaparecía gradualmente, Pearlie optó por empujarme y provocar que saliera bruscamente de ella, para después, justo cuando estaba en el proceso de recuperar el aire y deshacerme del preservativo, arrebatarme sus bragas de la mano y soltarme un bofetadón que probablemente acababa de dejar la marca roja más evidente que una mujer me había dejado jamás en la vida. Me quedé completamente en estado de shock, sintiendo nacer ese ardor en la superficie de mi mejilla que eventualmente se trasladaría al interior.

-Cariño lo siento, joder…-

En la labor de disculparme por lo de zorra, porque aunque no lo hubiera dicho con las intenciones de hacerla pasar tal cual como una puta ni mucho menos, si consideraba un apelativo con una agresividad demasiado grave. Pero en cuanto intentaba que las palabras salieran de mi boca a un ritmo adecuado, la chica me interrumpió y siguió hablando, pero esta vez en un tono mucho más agresivo y peor aun, soltando un par de mierdas que entonces sí, me calentarían mi cabeza y nublarían mi juicio casi tanto como correrme dentro de ella.

-¿Qué?-

Increíble, la muy cabrona me estaba mandando a la mierda de nuevo, peor aun, lo hacía después de habérmela follado y de una forma insultante en todo sentido. ¿Tanto le dolía que la llamara zorra? ¿O es que de verdad había sentido tener el suficiente poder como para si quiera pensar en que tenía oportunidad de soltarme todo eso?. Como era de esperarse, el dolor en mi rostro pronto dejo de no significar nada, y todas esas sensaciones hirientes se volcaron al interior, a mi pecho, a mi cabeza, a mi mandíbula, a todo mi torrente sanguíneo que parecía llevar puto veneno en lugar de sangre. Me apresuré a levantarme el pantalón y abrochar el cinturón mientras me indicaba, con todas las letras, que me odiaba; y se daba la vuelta así sin más. Me vi en la necesidad de tirar el preservativo a cualquier parte, y me adelanté hacia ella para alcanzarla, tomarla fuertemente del brazo y atraerla hasta mi cuerpo a la puta fuerza.

-¿Pero qué coño crees que estás diciendo?, ¿ah?-

Jalé de su brazo para llevarla por la fuerza al muro contrario, con la cabeza hecha un completo infierno. La mantuve así, con el brazo estirado para mantenerla contra la pared y sacar la varita del bolsillo de mi chaqueta, furioso, enojado, fastidiado, y también temeroso, jodidamente temeroso de perderla de nuevo así sin más. Pearlie parecía no entender, parecía como si de verdad no alcanzara a comprender la magnitud de las cosas, la gracedad de toda la situación; era como si para ella yo no significara más que un paso insignificante en su puta vida, como si de alguna manera creyera que me podía hacer a un lado así sin más, sin resistencia, sin nada.

-¿Qué parte… joder, ¿qué parte no entendiste de lo que te dije hace un rato?. ¿QUÉ PUTA PARTE?-

Le grité en la cara, luego miré a los lados arrepintiéndome por ese desliz y acerque mi rostro al suyo, pero esta vez con la puta varita casi enterrándose en su precioso cuello. No la iba a dejar, no permitiría que lo hiciera de nuevo así tuviera que advertirle de lo que era capaz, no podía dejar que las cosas terminaran sin que supiera, de verdad, que solamente mía para el tiempo que yo quisiera. Tenía que entenderlo, tenía que entrarle en esa cabeza a como diera lugar antes de que en verdad pasara algo con nosotros, antes de que en serio perdiera la cabeza.

-Felicia, preciosa, ¿no ves que te amo?, entiéndelo. Es que parece… parece que no lo acabas de comprender de verdad, siento que… que no es nada para ti, que te importa una mierda. Te amo Felicia, no quiero que te vayas, no quiero… escucha, lo siento, ¿si?, siento haberte llamado zorra; solo quería… llevar todo a otro nivel, uno más alto, uno de más confianza. ¿Sabes lo que trato de decir?, ¿ah?. Vamos… no me hagas hacerlo de verdad, no me hagas hacer cosas que no quiero…

Ya sé que suena mal decirlo dadas las circunstancias, y sé que puedo parecer el sujeto más horrible que haya tenido la suerte de estar con una chica tan hermosa como Pearlie, pero puedo jurar, de verdad, que lastimarla sería la última cosa en la vida de la que sería capaz. Lo que estaba haciendo ahí era imponerme, recuperar la autoridad, hacerle saber lo que pensaba y lo que sentía, y hacerle ver que no había otra forma de que estuviéramos en el mismo universo que no fuera estando juntos. Esa era la puta base de todo, y si me estaba obligando a mi mismo a parecer violento, a ser violento; era nada más por buscar un recurso y hacerle entender que estaríamos bien.

Mientras le decía todas esas cosas, mis ojos se paseaban libremente por su boca, por sus mejillas, por esos ojos que parecían estar a punto de estallar en lágrimas; todo ello mientras negaba dudosamente con la cabeza y metía las manos por debajo de mi camisa, logrando que mi piel se erizara y me provocara, aun más, estar con ella en todo sentido, con todas las putas fuerzas que me cabían adentro. Ella también me amaba, debía hacerlo, aunque su boca no lo dijera o aunque su mente no alcanzara a comprenderlo de todo, pero yo sabía que estaba ahí dentro… palpitando incesablemente, ávido de mí, de todo esto que nos pertenecía solamente a nosotros dos. Estaba vivo, podía verlo en sus ojos, en todo su rostro.

-Claro que si, joder claro que lo vamos a estar…-

Pegué mi frente a la suya mientras mi mano que sostenía la varita dejaba de ejercer presión, y bajar lentamente hasta convertirse en una simple vara inservible e inofensiva que no hacía más que colgar entre mis dedos. El trozo de madera terminó en el suelo, y esa misma mano que la había sujetado ahora tomaba delicadamente su rostro, y escudriñé en sus ojos buscando dudas, buscando mentiras, buscando cualquier cosa que significara una negación a todos mis deseos. No había nada, no encontraba una mierda de falsedad, todo me parecía tan claro que me entraron unas terribles ganas de estar con ella, de llevármela a cualquier parte, lejos de toda la mierda, de todos.

-Nunca te haría daño, ¿sabes?, mientras seas solo mía… Felicia, cariño, mientras seas solo mía nada va a pasarte, yo te voy a cuidar, ¿vale?-

Sonreí, besé sus párpados mojados, busqué sus labios temblorosos y atraje su cuerpo al mío. Estaba cometiendo errores, uno tras otro y eso era lo que complicaba las cosas, eso era lo que por momentos le hacía dudar, lo que por momentos le hacía tener miedo y alejarse, y entonces yo tenía que recurrir a eso, a toda la fuerza interna que tenía para retenerla, a ese mal que se apoderaba de mi y no me dejaba pensar, que me nublaba los sentidos y me hacía perder la conciencia de dónde estaba, de quien era.

-Ya sé que es mi culpa, pero te prometo… que voy a ser mejor, para ti. ¿Me crees?-

Mis labios bajaron a su cuello, una vez más, sintiendo esa frustración que se había acumulado transformarse en pura ansiedad por tenerla de nuevo. Mis manos recorrieron su cintura, sus caderas, arrugaron la falda con mucha fuerza como si deseara arrancarla, jalé de sus ropas para atraerla a mí y hacer que me besara, sentí la dureza de mi sexo luchar contra mi ropa y volví a entrar en ese círculo de locura, quemante, asfixiante, que no podía apagarse de otra manera que no fuera haciéndola mía las veces que fueran necesarias.

Pero me detuve al escuchar voces cercanas. Dejé de tocarla por todos lados y me aclaré la garganta instantes antes de que dos chicas pasaran por ahí. No las conocía en nada, y me importaba una mierda quienes fueran, pero con todo y la intensidad que había estado explotando entre los dos, aun tenía la cordura suficiente como para pensar en nuestro entorno y en ser cuidadosos.

-Déjame llevarte a otro lado, ¿quieres?-

Respiró tranquila cuando la varita dejó de ejercer presión. Ya sabía que lo que estaba pasando ahí no estaba bien pero estaba segura de que con el tiempo, las cosas se iban a normalizar entre ellos y volverían a ser “lo de antes”, aunque lo de antes tampoco hubiera sido precisamente sencillo. Se justificaba diciendo que Joe solamente estaba enojado con ella por el asunto de la separación, pero ya se le pasaría, mientras ella no siguiera con sus caprichos y sus arrebatos viscerales de niña enojada de todo. Solo había que dejar las cosas claras de buena manera y nada más.

Claro que se le quedó mirando fijo con eso de que no le iba a pasar nada mientras fuera solo suya. De todos modos eso era totalmente su culpa, ¿no? Porque si no lo hubiera traicionado, eso no le hubiera sonado como algo peligrosísimo, ni la hubiera hecho sentir tan paranoica. Le asintió a eso de que iba a ser mejor para ella, que sí le creía. Pensaba, muy mal, que estaba bien que aceptara sus culpas, que al menos uno de los dos lo estaba haciendo, porque ella jamás iba a ser honesta en ese sentido, no se iba a sentir capaz nunca de decirle nada de eso.

Ya iba a detenerlo, a decirle que no podían seguir arriesgándose en ese lugar, pero él mismo se detuvo al escuchar voces de personas que estaban rodeando el edificio. Se le quedó mirando mientras se acomodaba la falda y pegaba la espalda en la pared, pensando en muchas cosas a la vez. En si todo eso era un error, o si por el contrario, estaba haciendo lo que debía considerando que haberlo terminado había sido un arranque.

-No tienes la culpa de nada.

Estudió sus facciones con la mirada, le había dicho que la amaba, no se le iba a olvidar, pero al mismo tiempo no sabía hasta donde su declaración había tenido que ver con ese estado de locura, y tampoco quería arriesgarse por descubrir algo al respecto. No se lo iba a preguntar. Asintió y le tomó la mano, entrelazando sus dedos con los de él, y sintiéndose confiada, como si el episodio de demencia por parte de Joe hubiera pasado hacía horas. No era momento de tener la cabeza fría y pensar en la multiplicidad de defectos que había en ambos.

-¿A dónde vamos a ir?

Le preguntó pegándose a él como si nada hubiera pasado, actuando con normalidad, jalando un poco su mano y dándole un beso en el mentón, pensando más en las posibilidades de lugares inexplorados de Brigantia, considerando que él llevaba más tiempo que ella ahí y que podía haber descubierto más cosas, que en todo lo que había pasado hacía unos momentos. ¿Qué bien le iba a hacer pensar en las amenazas?. Mejor pensar en que lo que tenían estaba seguro mientras no hubiera tropezones de ningún tipo, ella no los pensaba tener.

-No conozco ni el 5% de la universidad.

Mire de reojo al par de chicas que pasaban por ahí, una mirada con la que les indicaba muy claramente que la habían cagado, y que desparecieran de mi puta vista lo antes posible. En efecto, ambas solo me miraron como a un bicho raro y al final de cuentas apuraron el paso para seguir de largo a donde mierda fuera que se dirigieran. De cualquier forma, no tenía intenciones de quedarme ahí, porque de verdad moría de ganas, más que nunca, de estar con Pearlie a solas, en un lugar que si bien no podía ser completamente seguro, al menos donde se pudiera actuar con un poco más de libertad.

Decía que no tenía la culpa de nada, pero yo estaba consciente por completo de todas mis fallas, o al menos eso era lo que prefería pensar aunque en realidad fuera yo el que no alcanzaba a comprender la verdadera magnitud de mis propios demonios. Una mierda, todo lo que estaba haciendo era en favor de nuestra relación, solo de eso, incluso esas acciones imperdonables a ojos de la gente en general, también esas estaban enfocadas a nosotros dos, porque al final eso era lo único que importaba, lo único que me importaba; y no iba a dejar tampoco que mi propia culpabilidad lo arruinara.

Sonreí al sentir su cuerpo cercano y estreché esa mano que entrelazaba sus dedos con los míos. Era una puta pasada todo lo que sucedía, y verle a los ojos y recorrer esa preciosa cara siempre lograban convencerme, por completo, que valía la pena cualquier puta cosa, lo que fuera. Mi mano buscó esconderse por detrás de su cabeza, entre su cabello, y llevar su rostro hacia mi para poder besarla, mordiendo su labio inferior apenas un poco.

-¿Y qué te crees?, ¿Qué yo conozco todos los diez mil escondites que existen aquí?. Me confundes, Felicia Burroughs-

Me reí, pensando en que efectivamente, conocía bastantes escondites regados por todo Brigantia, aunque de hecho no conociera, probablemente, más allá de un 30% de toda la universidad. Llevaba apenas un año y fracción matriculado, y tampoco era como si hubiera mucho tiempo para andar buscando lugares en donde esconderse. Pero había uno en concreto, uno que si bien no estaba tan cerca de donde nos encontrábamos en ese momento, sí que me parecía el sitio más que perfecto para llevarla. Recogí mi varita que había quedado en el suelo, y jalé de su mano para dirigirnos hacia los terrenos de las afueras de Brigantia, o más en específico, hacia los linderos del bosque, una parte que de hecho estaba también muy cerca del lago de Dagda.

Utilicé uno de mis hechizos para recorrer una buena distancia del camino, aparecimos en el camino que llevaba del bosque al campus, de ahí cambié la dirección hacia la zona que delimitaba los límites entre el bosque y el lago, y volví a utilizar el hechizo para acortar aun más las distancias. Mientras tanto, le comencé a hablar de un montón de idioteces, de los planes que tenía para próximas fiestas, de las ganas que me daban de llevarla el día siguiente mismo a conocer a Cherry, de un par de hechizos en los que había estado pensando, cosas de aparente no demasiada importancia que lo único que hacían era distraer mi cabeza de todas esas amenazas que le había lanzado hace unos minutos, o más bien, cosas que creía que ayudarían para borrar de la memoria lo desagradable que pudiera haber sido toda esa situación para Pearlie.

Nos introdujimos en el bosque y la seguí llevando como si caminaramos hacia el lago, pero me desvié hasta encontrar una especie de pequeño acantilado del que bajamos por un camino hecho de rocas, y justo debajo de ese camino, al bajar, nos encontramos con una cueva que a pesar de ser relativamente pequeña, si que parecía tener bastante profundidad. La miré con una sonrisa pegada al puto rostro, jalé de su mano y conjuré un lumos, entonces Pearlie podría apreciar como un montón de extrañas rocas con las que estaba tapizado el techo de la cueva, comenzaban a brillar a causa del reflejo de la luz. Una puta maravilla, si me lo preguntan. La cueva estaba llena de rocas salientes de superficies planas, unas mucho más grandes que otras y de un color rojizo.

-¿Y bien?, no puedes negar que es toda una jodida belleza. Para que nunca puedas decir que no sé apreciar las putas cosas. Se conecta con las grutas del campus... podríamos ir por aquí hasta llegar al comedor de nuevo, si se nos antojara-

-Completamente seguro, te lo digo yo. Un día vine a esconder 9,000 libras y después de una semana aparecieron integras tal cual donde las había dejado. Parece ser que no hay muchas personas que saben de su existencia, y quienes la conocen no vienen muy seguido que digamos-

O más bien ni siquiera tenían una mierda que hacer en ese lugar. Y es que en efecto, el lugar no era precisamente el más cómodo ni mucho menos idóneo como por ejemplo, para follar, teniendo para eso muchos otros rincones o espacios si es que uno simplemente se aburría de la cama del dormitorio. Sonreí al verla caminar hacia el fondo de la cueva sin despegar ni un solo segundo mis ojos de ese culo que siempre lucía jodidamente encantador a cualquier distancia, y mi vista se desvió hacia la suya cuando giraba para pedirme que la siguiera. Eso hice y la alcancé, rodeando su cintura con ambos brazos mientras ella metía las suyas bajo mi camiseta de esa forma tan paciente que siempre invitaba, justamente, a romper toda la calma.

-Venga, ¿de verdad no te has subido a un auto?. Joder, te estás perdiendo de una de las cosas más deliciosas que puedan existir en la vida. No podemos estar así Felicia, tengo que sacarte de Brigantia y manejar por la carretera de aquí a Londres, así sin magia ni nada. Va a ser la puta leche-

Volví a besarla con la misma paciencia, pero paseando las palmas de mis manos por su espalda baja y eventualmente ese mismo culo que ciertamente no paraba de idolatrar como a un jodido tótem. La idea de tomar un auto a la vieja usanza muggle y conducir por las calles me sonaba perfecta, o andar por las carreteras y comprar víveres acampando donde se pudiera (ahí si, con hechizos de protección); y como no, enseñarle a conducir para que cuando se le diera la gana pudiera largarse a cualquier parte sin necesidad de las aburridas apariciones o trasladores (curioso pensarlo así, siendo que más bien era de los automóviles de los que los muggles seguramente soñaban no necesitar).

-Excelente pregunta cariño. Verás, uno que se me viene a la mente así de inmediato sería la casa de mi abuela en Manchester… y no por la abuela, es decir la quiero y tal, pero en el camino, como dos kilómetros antes de llegar, hay un lugar que se llama Big Rolan. No lo vas a creer, sirven unos jodidos emparedados del tamaño de un pitbull, es decir son brutales. Hay un anuncio que dice que si te lo acabas entero no te cobran una mierda… pero que yo sepa solo existen como tres sujetos registrados en el “muro de la victoria”, es una pasada.-

La estreché de nuevo hacia mi, esta vez siendo yo quien metía las manos por debajo de su blusa para poder tocar la piel de su espalda y juguetear con el broche de sus sostén. La platica me incitaba a hablar más y más acerca de las cosas que quería mostrarle en el mundo muggle, pero ciertamente también alimentaban mis ganas de cerrar la puta boca y comenzar a desvestirla lo antes posible. Decidí tomarlo como una especie de juego, pensando en que quizás si me esforzaba, era capaz de seguir estando con ella a solas sin sentir la irremediable necesidad de arrancarle la ropa.

-Está por demás mencionar el Stamford Bridge, que como sabrás es el estadio del Chelsea. Antes de que Miller se volviera un hijo de puta, procuraba llevarme al estadio cada que el Chelsea jugaba de local, sin falta… y pues bueno, que fue imposible no terminar agarrándole el gusto y seguir al tradición con el puto Angus. Oh, también tengo que mencionar elephant and castle. Es un barrio dentro de Londres… bastante cutre, todo sea dicho; pero ahí mismo es donde el tío Charles tiene su bar. Te lo menciono porque es uno de mis lugares más frecuentes, pero preferiría no llevarte de noche porque ya sabes… primero muerto antes de dejar que los borrachines del lugar te empiecen a decir lo encantadora que eres. Porque lo eres, mucho.-

Eso fue lo que provocó que dejara de parlotear, bastó con pensar en lo encantadora que era para mandar a la mierda la charla y querer, definitivamente, follármela antes que nada. La volví a besar, llevé una de mis manos a sus tetas y lamí sus labios, pero en lugar de ponerme a la tarea de desvestirla como era mi costumbre, me alejé de ella algunos metros sin decir absolutamente nada, y me senté en una de las enormes rocas salientes para luego apuntarle con la varita, ya sin lumos.

-Quítate la falda. También la blusa y el sostén… pero hazlo muy lento-

Era una orden con varita en mano, pero por supuesto, sin un rastro de amenaza ni nada de lo que había sucedido hace un rato cerca del campus. Estaba claro que aquello era completamente distinto, una especie de juego, y simplemente no podía dejar de sonreír ni de morderme el labio ante la expectativa de ver la forma en la que obedecía a las ordenes si es que se le daba la gana hacerlo. Bajé mi cremallera y me saqué la polla completamente endurecida, y me empecé a tocar incluso antes de que ella comenzara con lo que le había pedido.

.

Me mataba esa cara que Pearlie ponía cuando le avergonzaba algo, como en este caso, escuchar mi petición a esa distancia, que naturalmente podía de alguna forma hacerla sentir más vulnerable. Pero me gustaba de cojones, si, que se sintiera así de vulnerable, y que además de ello sacara esa preciosa sonrisa mientras se sonrojaba para luego tratar de ponerse seria y obedecer a lo que le había pedido con varita en mano. Eventualmente la bajé, porque no era como si pudiera concentrarme en mantenerla apuntando mientras mi mano subía y bajaba rodeando mi propio sexo.

La falda cayó deslizándose por sus piernas, y ella misma se encargó de deshacerse de la prenda, lo que por supuesto invitó a que mi vista se paseara primero por la forma de sus piernas, largas, blancas y de apariencia firme, y luego también por la textura y el color de esas pequeñas bragas que ya le había podido quitar hace algún rato, y que de cualquier forma me seguían provocando taquicardia con el solo hecho de saber perfectamente el aspecto de lo que había detrás de ellas.

-Eres preciosa, ¿lo sabes?, de verdad lo eres… muchísimo-

Mi respiración ya había cambiado completamente de ritmo, no porque en ese momento yo mismo me estuviera tocando, más bien todo tenía que ver con lo que estaba sucediendo delante de mis ojos, con esa expectativa que me provocaba tener a Felicia desvistiéndose lentamente, desabrochando los botones de su blusa y dejando ver esa delicada piel que había debajo de la prenda superior. Haberla visto desnuda tantas veces no aminoraba absolutamente nada la excitación que me envolvía, todo lo contrario, saber lo que me esperaba solo conseguía amplificarlo todo, pero al mismo tiempo sentir como si todo fuera completamente nuevo, casi como si fuera un chiquillo delante de la primer mujer que se desviste delante suyo.

-Te dije que te quitaras el sostén… también quítate las bragas. Cuando lo hagas quiero que te toques-

Me moví de mi lugar como quien se inclina en el sillón para poner más atención a una película que tiene en frente, y remojé mis labios en un acto reflejo mientras mi mano aumentaba el ritmo que ejercía sobre mi sexo. La vi completamente desnuda y ese panorama lleno por completo mis pupilas, el perfecto contorno de su cuerpo y la forma de sus tetas a la distancia, el color de su cabello cayendo por sus hombros, sus labios carnosos entreabriéndose; todo eso era capaz de rebasarme en un instante, y necesitaba tenerla más cerca, fuera de juegos y demás tonterías.

-Ven aquí preciosa, acércate. Quiero que me la chupes-

Verla tocarse siempre me había parecido digno de grabarse o enmarcarse o fotografiarse mágicamente o lo que coño fuera, pero verlo a esa distancia y de esa forma, con ella ahí de pie completamente desnuda, obedeciendo a lo que le pedía sin ninguna otra réplica más que el sonrojo apropiarse de la piel de sus mejillas; era tan jodidamente poderoso que no me podía permitir que la chica siguiera físicamente tan lejos. Esos escasos metros a los que se encontraban, se habían convertido de la nada en una tortura imposible de tratar.

Agradecí mentalmente que caminara sin pensárselo dos veces, cruzando la distancia que nos separaba aun con la mirada fijada en mí, haciéndolo aun con el calzado puesto y provocando que sus tetas se movieran sutilmente a causa de la inercia de su andar. Ella podía estar intentándolo, o muy probablemente no, pero ante mis ojos todo lo que Pearlie hacía, sus expresiones faciales, el lenguaje de su cuerpo, la intención en su mirada; esos detalles estaban absurdamente cargados de una sensualidad natural que rompía y superaba todo lo que uno pudiera imaginarse con anterioridad.

Cuando llego hasta donde me encontraba toque su brazo de forma superficial, casi hasta tímida; y dejé que fuera ella quien se inclinara para besarme. Tomé su cintura para pasar mis dedos por el contorno de su cuerpo mientras probaba sus labios, mientras mi lengua buscaba profundizar ese contacto y mi mano continuaba rodeando mi sexo, pero de nuevo con un ritmo pausado, muy lento, como si lo estuviera preparando de alguna forma para lo que estaba a punto de venir.

El golpe de adrenalina aumentó cuando la vi arrodillarse frente a mí, y escudriñé tanto su rostro como su mirada para ver lo que había en ella al estar a punto de chupármelo; en una especie de curiosidad morbosa que me era a todas luces imposible de evitar. Solté un gemido corto al sentir su lengua recorrerlo por primera vez, y luego bajé la mirada para no perder un solo detalle del cómo lo hacía suyo, de cómo lo rodeaba con sus labios y se movía de arriba hacia abajo humedeciéndolo, intercambiando ese movimiento para juguetear con su lengua, para ayudarse con caricias de su mano. Recorrí su cabello que por momentos bloqueaba mi vista, porque aunque ya lo hubiera hecho muchas veces antes y hubiera buscado ver sus reacciones con anterioridad, siempre me resultaba imposible mantenerme expectante como si nunca antes hubiera sucedido.

-¿Quieres follarme ya?, ven… dame tu coño-

Solo pude pedirlo después de un rato, no sin antes regodear mis sentidos con la forma en la que lo hacía suyo con sus labios y con su lengua, no sin primero sentirme cerca de correrme en sus labios aunque aquello no fuera más que una escena mental con la que de momento no deseaba arriesgarme.

Por más insoportable que fuera no tener su coño estrechándome de una puta vez, dejé que ella tomara el ritmo que mejor le conviniera tanto con sus besos como sus caricias, después de todo era lo mínimo que merecía luego de habérmela chupado como acababa de hacer.

Siempre que me la imaginaba haciéndolo, en mi cabeza se recreaba la escena una y otra vez hasta que en mi imaginación terminaba por correrme dentro de su boca. Sin embargo eso nunca sucedía, y de hecho nunca lo había intentado por el simple hecho de parecerme completamente imposible no ceder a mis urgencias de penetrarla por muy capaz que fuera de deshacerme con su boca en cuestión de minutos.

Entendí enseguida la causa de su demora, y no dije absolutamente nada porque esta vez estaba completamente de acuerdo con ella. Seguí gimiendo al sentir su mano continuar con el trabajo que había estado haciendo su boca, y luego le ayudé con mis brazos para que su cuerpo quedara encima del mío, aun sin concretar lo que tanto deseaban todos mis sentidos.

Atraje su cabeza hacia mi suavemente mientras ella llevaba sus labios a mi cuello, besando y lamiendo mientras yo buscaba acariciar su culo y, en ese mismo camino, alcanzar la humedad de su coño, que para ese momento ya era lo suficientemente abundante como para hacerme entrar en ella en tan solo un instante

-Voy a hacer todo por ti. Mataría por ti, Felicia… ¿entiendes?, puedo darlo todo nada más por ti-

Y en muchos sentidos no era una puta mentira, ni tampoco estaba alardeando palabras vacías; de verdad me sentía capaz de cualquier cosa por ella, capaz incluso de cosas de las que ni yo mismo estaba enterado. Busqué ansiosamente entre los bolsillos de mi chaqueta y encontré el último preservativo que me quedaba mientras mis dedos buscaban internarse apenas un poco dentro de su coño. La besé pausadamente, pero dejé de tocarla para que mis manos se encargaran del trabajo aburrido hasta finalmente colocármelo cuidadosamente. Nunca dejaría de odiarlos, pero aun con ellos la experiencia de follármela era capaz de hacerme olvidar incluso ese detalle.

-¿Quieres que después te la chupe?, después de que te corras. Me voy a comer todo tu coño-

Se lo decía al oído aunque no hubiera necesidad alguna de ser silenciosos, y después de ello guie sus caderas hacía mi hasta que por fin mi sexo pudiera abrirse paso lenta y tortuosamente por la suave y delicada piel de su coño y hasta los límites de este. Tomé fuertemente sus caderas, manteniéndola en esa posición durante unos segundos hasta que ella decidiera moverse como se le diera la puta gana.

Solté un par de gemidos al sentir sus primeros movimientos, y le ayude a que subiera sus piernas hasta rodearme por completo para alcanzar esa profundidad exacta con la que ya sabía que era inminente volverse loco. No paraba de besar sus labios, de buscarle la mirada, de lamer su lengua y llenarme de sus expresiones, de la forma en la que fruncía el ceño y se mordía los labios; todos esos detalles que eran parte vital de mi placer mental y que contribuían a que mi excitación se multiplicara en tan solo segundos.

Deje que guiara mis manos para que me hiciera tocarla como ella quería, y las llevó hasta sus tetas como si de alguna forma fuera capaz de leerme las intenciones; porque eso era justo lo que deseaba en esos momentos, tocar sus tetas con ambas manos y poner atención en el roce de sus pezones contra mis palmas, en la forma en la que se hundían mis dedos sobre esa delicada piel sin importarme estar cerca de rebasar los límites de la intensidad en mi agarre. Al mismo tiempo mis labios atacaban su cuello, sus hombros, sus clavículas, recorriéndola con mi lengua sin dejar un solo espacio descubierto.

Me gustaba disfrutar de los ritmos, de perderme en sus movimientos lentos, tortuosos, sinuosos, y al mismo tiempo sentirme rebasado cuando necesitaba aumentarlo todo, cuando deseaba buscar ese punto a mucha mayor velocidad. Y eso hizo, Pearlie comenzó a moverse con más desesperación, con más ansiedad, y respondí a ello dejando de tocar sus tetas para llevar ambas manos hasta su culo y empujarla hacia mí, mover mis caderas con la misma ansiedad sin importar el dolor en mis muslos a causa de la roca donde nos encontrábamos.

Apreté fuertemente la carne de sus caderas y la seguí empujando hacia mi pero al mismo tiempo buscando un espacio en particular, uno muy en concreto que ella misma ya conocía, busque hacerlo con la misma velocidad y apoyándome en los propios movimientos de sus caderas.

De pronto nos estábamos moviendo más rápido, pero en un menor rango; y aunque no dijéramos nada en concreto ni fuera una regla que tuviéramos preestablecida, ambos conocíamos perfectamente lo que estábamos buscando. Estaba ahí, justo en ese punto dentro de su coño que de alguna forma yo también sentía, una especie de conexión mucho más profunda, más privada, solo nuestra.

Me abracé a su cuerpo casi por inercia, pero sin dejar de buscar ver sus expresiones, la forma en la que entreabría la boca para dejar escapar esos gemidos que me volvían loco, el cómo fruncía el ceño cada que mi sexo tocaba ese punto en particular que los dos habíamos conseguido encontrar con nuestros movimientos, con esa comunión que de alguna puta manera no tenía precedentes al menos en mi memoria.

No temo a confesar que así era, aunque existiera cierta cantidad de mujeres con las que había tenido la oportunidad de estar en toda mi vida, cada una de ellas con alguna cualidad que había llamado mi atención; lo cierto era que esa era la primera vez que me sentía tan bien con una persona, la primera vez que me sentía tan… jodidamente cercano.

Imaginé el por qué trataba de silenciar sus propios gemidos, y aun tuve la capacidad de sonreír durante un segundo a causa de ello en medio de toda esa locura. Luego me entregué a esos besos con los que cubría el sonido de sus gemidos, provocando de esa forma que me sonaran todavía más atractivos de lo que de por sí ya eran.
Busqué su lengua, acariciándola con la mía, lamiendo sus labios, manteniendo el movimiento de mis caderas mientras ella se acercaba a su propio clímax. Era imposible no sentirse arrogante al verla correrse de esa forma, al notar como sus movimientos se convertían en un descontrol de espasmos y su coño palpitaba al descargar toda esa energía.

Pearlie dejó de moverse y separé mi cuerpo al de ella solo para contemplarla, para recorrer su torso desnudo con mis ojos y aprovechar para hacerlo también con las manos. Pasé las palmas por su vientre, por sus tetas y por sus clavículas, entonces ella misma decidió retomar el control de sus movimientos, pero esta vez solo para mí, evidenciándolo al sentenciar que deseaba verme al terminar. Esa simple declaración tenía el poder suficiente para acercarme peligrosamente, para sentir ese arranque de adrenalina que en cualquier momento también haría que me corriese dentro de ella.

La besé con más profundidad, tomé su nuca para hacerlo mientras ahora me convertía, de nuevo, en presa de sus caderas, de su coño que me estrechaba y me exigía dejar todo de una buena vez. Dejé de besarla porque las sensaciones eran demasiado fuertes, cerré los ojos y me aferré a su carne justo en el momento en el que todo ese placer recorría violentamente mi sexo hasta deshacerlo; terminé dentro de ella deseando que ese puto momento no terminara jamás, y después de hacerlo no me quedó más que sonreírle y besarla como si no hubiera mañana.

-Quédate conmigo Felicia, debes quedarte conmigo...-