Pociones de belleza

Se aproximaba el otoño, así que había qué cambiarse el color del cabello. Era una religiosa costumbre desde su último año en Hogwartsy le gustaba sólo ser más rubia los veranos... para eso, claro, necesitaba una poción y podía darse el lujo de salir de la Universidad por que era principio de semestre, quizás comprarse alguna chuchería nueva y comprar sus exclusivas pociones capilares en esa tienda nueva de productos de belleza a un lado de las antiguas proveedoras de pociones que, había notado, no ofrecían los mismos resultados. También en las pociones había tecnología, sobre todo con esas cosas que no eran de vida o muerte.

Revisó que sus compras estuvieran en orden y suspiró satisfecha aunque también algo reflexiva, y no en el mejor sentido. Aunque se había propuesto simplemente pasar el año tranquilamente en Brigantia y pretender que terminaría la carrera y no la dejaría en Abril cuando se casara, simplemente estar ahí, asistiendo a clases y rodeada de gente que en su mayoría tenía aspiraciones empezaba a confundirla bastante.

A final de cuentas, tampoco lo había hecho tan mal. Esperaba haber sido un desastre en las primeras pruebas pero las había pasado con mucho más interés del que jamás hubiera puesto antaño en clases de Herbología o de Criaturas Mágicas (su asignatura más odiada) y se sentía particularmente cómoda con la idea de, en serio, hacer al menos algo que tuviera que ver con el periodismo.

No se le olvidaba la risita de "ay, hijita, tus ideas... y pasando a otro tema" que soltó su madre cuando le contó sus intenciones de tal vez escribir prensa de sociales o algo así cuando se graduara. El plan familiar no era siquiera verla con un título en Periodismo Mágico ni nada por el estilo, más bien su más alto mandamiento familiar, el de biencasarse, estaba ya cumplido y todo era cuestión de tiempo. Lo había aceptado desde siempre, pero estar en Brigantia y convivir hasta cierto punto con personas de pensamientos muy distintos no dejaba de hacerla sentir algo vacía.

Y qué decir, tampoco había dejado las viejas costumbres, hablaba con más bien poca gente y seguía siendo tan selectiva como antes respecto a sus compañías. Pero qué diablos, quizás la Universidad sí que estaba cambiándola un poco... aunque aún podría resistirse. O eso pensaba.

Revisó su compra, pensando que quizás cambiaría ese tono castaño oscuro por uno más cálido y evitar que el cambio en su imagen fuera tan drástico y por ende pareciera demasiado artificial, pero un golpe de caja hizo que casi tirara su frasco y de no ser por sus buenos reflejos, hubiera caído al piso y seguro hubiera abierto un agujero en la duela. Entornó los ojos con odio como siempre que ocurría algo que no le gustaba y miró alrededor, reconociendo una cabellera larga y amarrada como la de un salvaje, caminando delante de la dichosa caja.

-¿Podrías poner atención? Me acabas de pegar con tu estúpida caja

Todavía con su nuevo color de cabello en la mano siguió mirando muy mal al que ahora reconocía como Angus Finnerty. Alguna vez le había puesto un coctel mágico muy mal preparado por que ese tipo que no tenía la sensibilidad para esos tragos delicados y con esas manazas seguro que había puesto licor de belladona de más. Qué podía esperar. Algunas lo consideraban irresistible y se les veía por ahí como tontas coqueteándole, pidiendo trago tras trago con tal de conseguir su atención, lo que le parecía absolutamente patético.

Sus hábitos de crueldad obligatoria para con alguien que hiciera algo que no le pareciera aún no se habían ido, ni siquiera a sus veintitrés años, ya cada vez más lejos de sus tiempos de colegiala cuando se burlaba de la ropa interior de alguna incauta dentro del dormitorio. Sacó su varita y con un movimiento controlado hizo que la caja que antes levitara dócilmente tras Finnerty ahora se inclinara peligrosamente para dejar caer todos los frascos a los que, echando una miradita, se dio cuenta de lo que eran.

-O te disculpas, o presiento que toda tu medicina se va al piso... oopsie

Uno de los frascos, de hecho, sí que se caía al haber inclinado tanto la caja. Pequeño accidente.

El defecto que más odiaba en toda esa gente era que parecían estar tan orgullosos de cómo eran que le enfermaban. Arqueó levemente la ceja cuando le decía que no sabía de nada que hubiera hecho y precisamente ese era el problema, la falta de atención, pero la verdad era que ahora el problema era que estaba poniéndose en una situación bastante divertida como para ser razonable.

No pudo notar que se enfadaba pero sí la manera en que la miraba, lo cual la puso algo nerviosa pero correspondió de la misma manera, clavando sus ojos en los suyos y sonriendo sin despegar los labios, un gesto que funcionaba con algunos; si el podía parecer amenazante ella también podía hacerlo a su manera. Su sonrisa se ensanchó cuando hacía su tonta reverencia aunque tenía claro que era una burla. Sentía la contrafuerza que intentaba hacer su varita y supo que si alguno cedía un poco más, o si ella de pronto cortaba el hechizo la caja se iría con fuerza hacia él, y quizás la pudiera tomar, o quizás toda su matalobos se fuera a mojar el suelo.

Estaba decidiendo si todavía era capaz de ser tan cruel cuando, cómo no, le soltaba esa amenaza tan característica de un tipo como él. Esta vez sí que se rió en voz alta, con el mismo nivel de burla que él había aplicado en su falsa disculpa.

-Tú lo pediste.

Así que dejó de hacer fuerza con la varita sin la delicadeza necesaria para que no se descontrolara la trayectoria de la caja. De todos modos, si no quería que ocurriera un desastre de cristales y matalobos regada no ocurriría. Su cuarto de baño era el lugar más lleno de frascos del mundo así que tenía bien manejada la manera de hacer que nada se cayera y todo quedara a salvo. Cuando parecía que todos los frascos volarían por el aire, aplicó ese hechizo casi anti-gravitacional, como dirían los muggles, que dejó todos los frascos suspendidos, algunos muy cerca del suelo. Volvió a reír, esta vez con más ganas.

-¡Ay, pero qué sustillo se ha llevado el licántropo malo y feroz! ¡...muero de risa!

Y sí, estaba riéndose como una loca aunque con la muñeca firme para no dejarlos caer. Al final, no podía portarse tan mal con el tipo sólo por que sí. No quería que después se vengara de alguna manera horrible, pues no se lo iba a decir pero claro que le daría miedo tenerlo de enemigo.

-Agarra tu medicina ya, se me va a dislocar el meñique

Natural fue que diera un brinquito con su primer manotazo viendo que prefería sacrificar un par de pociones antes que todo su orgullo de macho alfa, que se veía que tenía más que bien plantado al menos. No aflojó presión en su hechizo pero procuró hacer que los frascos volvieran a la caja antes de que más matalobos estuviera humeando en el piso. Contrario que él, no reconocía ese olor de nada y haciendo cuentas, era la primera vez que llegaba hasta su naríz.

Apretó los labios ahogando su sonrisa pues no estaba con expresión consternada de miedo, sino más bien con la que ponía cuando alguno de sus jueguitos llegaba demasiado lejos y se sentía ligeramente arrepentida sin llegar a estar realmente seria. Cuando ponía esa cara parecía perder algunos años gracias a la infantilidad que esto le dotaba de pronto, y aunque escuchó los pasos tampoco puso mucho cuidado si acaso los sorprendían por que la que ganaría con eso sería ella, para dar vuelta de hoja a ese tonto altercado que, lo admitía, ella había provocado.

Lo que hizo que su humor de princesa saliéndose con la suya fuera un tanto mermado fue su atrevimiento de tocarla, y no de manera delicada sino tomándola por la nuca e incluso poniendo su rostro demasiado cerca del suyo a lo que arrugó levemente la naríz y de manera espontánea echó el cuerpo un poco hacia atrás y el rostro a un lado, como si quisiera eliminar esa cercanía. No le gustaba que invadieran su espacio personal, mucho menos que tocaran su cabello y peor aún, que fuera Finnerty quien lo hiciera. Lo más extraño era percibir su olor tan cerca mezclado con el de esa inusual poción, y empezaba a parecerle tan extrañamente intenso que de verdad quiso que la soltara, como si sus sentidos se hubieran agudizado. Incluso la respiración se le había acelerado y tembló levemente después de escuchar sus palabras, aún con el rostro de lado para evitar estar tan cerca de él sin mucho éxito.

-Suéltame.

Algo de su herencia semiveela hacía que sus ojos brillaran un poco más cuando empezaba a sentirse enojada, aunque más que furiosa como él aparentaba estar, el nerviosismo empezaba a trepar por sus piernas a manera de escalofrío deseando que, por toda la magia, él no se diera cuenta, pues sería una derrota simbólica y eso jamás se lo podría permitir. ¿Qué haría, amenazarlo de vuelta? Lo más curioso era que el nerviosismo no había podido ser controlado, y más que temblar de miedo, siempre que le ocurría se ponía a reír, aunque quizás de manera distinta a como había hecho antes. Él no lo sabía, ni la conocía bien como para saber eso, así que quizás lo tomaría como una burla más aunque no lo fuera.

-¡Suéltame!... hueles mal

Lo remedó después de que dijera que ella olía mal también, en voz baja y de hecho sólo diciendo algo como "nininini". Estaban comportándose como si tuvieran doce años, y aunque seguía pensando que era un tipo detestable, que tenía el cabello demasiado largo, la barba demasiado crecida y tenía ese aire de galán de clase trabajadora que tanto odiaba y a todas aparentemenet hacía suspirar... tampoco era que estuviera pasando el peor rato de su vida. De hecho, en Brigantia, era la primera vez que fastidiaba a alguien, que no estuvieran en el campus no tenía nada que ver.

Llevaba el perfume de siempre, una mezcla de flor de naranjo, canela y otras cosas orientales, le gustaba pero no le parecía ni la mitad de invasivo que su olor, que no podía relacionar con esas notas que conocía en los perfumes que solían gustarle ni nada parecido, sólo reconocía de lejos algún aroma a la limpieza de un jabón común, de su ropa o su piel o lo que fuera, aunque predominaba el que le daba la particularidad de ser su olor. Estaba pensando demasiado en eso, tanto que no escuchó los pasos tan cerca hasta que la soltó sin delicadeza, y esa vez lo volvía a mirar como cuando le había golpeado con la caja sin darse cuenta.

Se acomodó el cabello y tosió un poco, de lo que se arrepintió pues no quería que el encargado pensara que acaso estaban demasiado cerca uno del otro y quería disimular. Claro que el dependiente no estaba nada contento con la poción derramándose y demás. En total, la tontería le había costado tres frascos que Finnerty se precipitaba a decir que pagaría. Puso los ojos en blanco después de escuchar su acusación y negó con la cabeza antes de acercarse un poco al dependiente y alzar la voz.

-Yo las pagaré ¿Lo añade a esta cuenta? también esto... y dos frascos vacíos, del número 2. Y si hay cargo por el desastre, también añádalo ahí.

Le dio las pociones para el cabello que llevaba en su bolsa de compra y que de milagro no había tirado cuando Finnerty se le había acercado así, dándoselas al dependiente que estaba ya limpiando con su varita unas cosas y después otras con un cubo de algún líquido jabonoso que se movía solo y parecía seguirlo. ¿Qué le pasaba al licántropo, por toda la magia? Sí, habían hecho un desastre pero eran clientes y no era como si les fuera a hacer un favor. Pagaría sus cosas, también los frascos rotos por que no le importaba usar la cuenta de su padre para eso, y más valía que se fuera a la caja a hacer el cobro en vez de mirarlos ahí como si los fuera a reprender.

Había tomado en cuenta su última mirada, y por supuesto que no iba a limpiar nada. Antes pagaría las pociones al doble que agarrar un sucio trapo con ceras especiales para evitar que la poción carcomiera la madera o lo que demonios llevara de tratamiento. El dependiente, aún algo molesto, se quedó un par de segundos mirándola a lo que respondió con un mudo "¿Algo más?" sólo moviendo la cabeza. Era algo prepotente hacer eso, pero no se iba a llevar regaños de quién sabe quién si estaba asumiendo los gastos por sus tonterías.

Le hubiera gustado decir que le sorprendería la cantidad de orgullo que Finnerty era capaz de manejar, pero no. No era la primera vez que había visto esos arranques de dignidad que no venían al caso, mucho menos cuando ella sentía, y savía, que sólo estaba asumiendo responsabilidad por algo que finalmente ella había desencadenado. Entrecerró un poco los ojos cuando la miró, otra vez ambos metiéndose en esa especie de juego de afrentas de ver quién terminaba por salirse con la suya, e incluso ladeó la cabeza un poco al escucharlo ofendido que se sentía.

En vez de contradecirlo frente al dependiente que seguro se empezaba a cansar de ellos, siguió los pasos de todos para ir hasta la caja y zanjar el asunto, por que sería de mal gusto tener al pobre mago ahí esperando sólo por no decidirse. Después de algunos pasos y en silencio, cuando los frascos descansaban en el recibidor, volvió a buscar la mirada del licántropo, por que no iba a tener la última palabra.

-Mira, deja ya la tontería del macho orgulloso. No estoy intentando "comprar tu dignidad" o alguna frase que seguro ya pasó por tu cabeza, sólo asumía mi responsabilidad. Pero si quieres dejar que me salga con la mía, entonces bien...

Observó cómo el dependiente separaba una cuenta de la otra, al final haciendo caso de Finnerty y no de ella aunque aún no había empezado a marcar precios y parecía estar revisando una detallada lista inventarial o algo parecido. Aquila acomodó las ondas de las puntas de su cabello, ajustó el cuello de su blusa color malva pues había quedado algo desacomodado luego de que él la hubiera acorralado físicamente y después, sin mirarlo, hizo un último intento.

-Yo pago por los frascos rotos, te doy cinco... cuatro... tres...

Empezó su cuenta regresiva hablando muy bajo y con una leve sonrisa en los labios, aunque esta vez no tenía el matiz ácido de quien se burla de alguien. Sacó un pequeño bolso de terciopelo haciendo sonar sus brazaletes mientras esperaba su respuesta.

Algo le dijo que diría que no. Iba a gastar menos de lo estipulado y si tuviera diecisiete años se hubiera sentido perfectamente bien con su impecable salir con la suya: molestarlo sin tener qué pagar. Sin embargo, aunque muchas veces lo pareciera, ya no era la niña de dieciséis años que disfrutaba torturando a los demás, por que se sentía algo culpable haciendo que el licántropo se llevara menos pociones de las que pretendía comprar sólo por su culpa. Tres menos, con exactitud.

Hizo un gesto de falsa sorpresa al escuchar el característico sonido de las monedas sobre la madera y suspiró como si dijera "tú te lo pierdes" o algo así cuando lo veía pagar mientras la compra se realizaba. Ella pagaba sus pociones para el cabello y todos quedaban contentos aunque esa cosquilla de haberlo hecho llevar menos de su medicina la hacía sentir algo mal, sobre todo por que el tipo estaba comprando algo que necesitaba. Lo miró de reojo notando su perfil, su barba y el cabello desordenado. No le gustaba nada su pinta, se parecía bastante poco a los chicos que solían llamar su atención, incluso arrugó un poco la naríz de nuevo.

Y su propuesta no le sonó a nada más que un reto. Se mostró un poco sorprendida y lo miró directamente esta vez, no de reojo, como pensando que realmente él no querría pasar una velada con ella y lo decía sólo por que tenía la certeza de que ella jamás cenaría con él ¿Ah no?

-¿A cenar, eh...?

Pagó lo suyo, recogió su pergamino y reflexionó profundamente sobre lo que sería capaz de hacer con tal de mantener su orgullo. Por un lado no quería volver a ver a ese tipo, y por otro quería resultarle impredecible. Se rió un poco y para ocultarlo cubrió su boca con la mano antes de tomar de nuevo su bolsa con los frascos que había pedido. Dio las gracias al dependiente dejando a Finnerty pagar neciamente lo suyo, y se dio media vuelta para quedar frente a él; puso una mano sobre su hombro y lo miró directamente antes de acercarse a su oído.

-Ni en tus sueños