No todo va bien.

Había estado hablando con su madre sobre invitar o no a su primo Aldrich en aquella tarde de sábado. A Zillah no le había hecho ninguna gracia la idea y casi le gritó a su hijo mayor que no quería ese tipo de compañías para él, que si quería terminar de deshacerle los nervios, a lo que Edgar le respondió con una mentira para aliviar esos pesares que la atacaban cuando sentía que ya no podía controlar a unos hijos adultos que pronto querrían hacer su vida independientemente de ella.

Le dijo que irían a alguna taberna y que solamente charlarían un rato, cuando en verdad planeaba meterlo en el invernadero del ala oeste de su casa, donde siempre llevaba a sus novias durante las vacaciones de Hogwarts y donde había mandado demoler una chimenea y retirar todos los retratos para tener un poco de privacidad sin tener que pisar su habitación.

Ese era su espacio personal, al que ni siquiera Zola accedía porque consideraba las plantas y la luz lo más aburrido y estúpidamente bucólico del planeta. Él no. Hacia las siete de la tarde escoltó a Aldrich por su casa, esquivando el estudio donde Zillah estaría haciendo números como era costumbre cada mañana de sábado. Sabía que su madre no era una inútil y en cuanto dio un paso fuerte en la escalera notó como levantaba la cabeza desde su estudio, aprobando tácitamente la invitación y pensando que Edgar estaría creyendo que estaba transigiendo alguna de sus numerosas normas. En cuanto estuvieron en el invernadero, poblado por sillones de mimbre, e iluminado por la platinada luz de la mañana gracias a la sustitución de paredes por cristales, Edgar se mostró ligeramente más cómodo.

- Siéntate, primo. - casi le ordenó señalando con la mano un par de sillas alrededor de una mesa sobre la que se enroscaba silenciosamente una enredadera con florecillas de un despampanante color fucsia nacarado. - Tranquilo, no te harán nada: son uñas de gato del Amazonas. Caprichos de mi hermana. - sonrió quedamente y con un chasquido su elfo doméstico personal, Twinkle, apareció a su lado. - Trae una botella de Whisky de Malta. - le ordenó.

- ¿Qué está pasando? - era obvio a lo que se refería, a sus primas: su hermana Shadow y Pearlie. Los rumores corrían como la pólvora y si hubieran sido favorecedores no se habría metido en aquello pero, ciertamente, se preocupaba por ellas. Más allá de apellidos y linajes de trazado legendario. Podría haber seguido encerrado en su familia más inmediata, pero les tenía cariño a todos y no quería ni podía poner el otro lado de la cara mientras todo se desmoronaba. A pesar de no saber mucho las habladurías nunca habían sido buenas. Era una lección que había aprendido y de la peor de las formas.

Muchas cosas se aprendían por la escuela o la familia, otras por la experiencia y esas dejaban marcas sobre la piel que eran difíciles de olvidar, por ende las cosas aprendidas así no eran de las que uno dejase pasar ni cuando la situación parecía no ameritar demasiados pensamientos relacionados. Lo de la gaceta le parecía una tontería, un juego que a algunos entretenía y que no tenía más valor de el que sus protagonistas le atribuían, sin embargo el que su familia estuviese de boca en boca no le agradaba nada, el estar él era manejable porque finalmente esa sociedad seguía siendo machista y su reputación no se veía tan manchada como la de las muchachas mencionadas.

La invitación de Edgar le pareció un hecho extraño pero no imposible, pudo imaginarse a su primo interesándose en el asunto familiar pero no creyó que llegase a tanto como para concretar una cita, menos en su casa con lo que su madre aborrecía a su familia, sobretodo por lo que se desligó en su tiempo de aquel lado de los Burroughs, o de la mayoría de ellos. Aldrich no tenía problema con la mirada reprobatoria que podría dedicarle o con las palabras duras que dijese acerca de él porque no era algo nuevo, si hablaba de su madre intentaría ignorarla aunque no creyese que fuese decente hablar de ese tipo de cosas.

Llegó puntual, como siempre, pasaron por donde trabajaba su tía Zillah pero no se detuvo a saludar ya que no sabía si estaba enterada o no de su presencia. Finalmente no importaba, si Edgar lo había invitado tenía que tener sus razones y así parecía por lo firme desus palabras, incluso su saludo denotaba gravedad. No sabía aún de qué se trataba específicamente, se sentó tras hacerle una mueca a su primo, de aquellas que le hacía cuando de pequeños se creía el señor oscuro mientras jugaban y Aldrich le recordaba que lo que sostenía era una rama y no una varita. Se acomodó sobre la silla y esperó a que se fuese el elfo para hablar, podían ser muy chismosos.

-¿Whisky de malta? No me digas que es más grave de lo que me dijiste en la carta. Hablaste de la familia, de que debíamos cuidar lo que sucedía con quienes la conformábamos, pensé que se trataba de la marca tenebrosa y ese asunto. Pero no es así, ¿verdad?-se conocían bien, no podían negarlo pues incluso a la distancia podían leerse como si el que fuesen familia por parte de ambos progenitores los hiciese tener alguna relación adicional, una que no necesitaba ni el contacto continuo para trascender.-

Su pregunta lo hizo estar ahora totalmente seguro de que se trataba de Shadow y Pearlie, cómo no. A pesar de que otros de sus asuntos tuviesen que ver con cosas más relevantes para su futuro ellas no dejaban de rondar su mente, apenas había hablado con Pearlie en la cena de navidad y Shadow parecía asustada con cada cosa que le decía tras que él le confesase que estaba metido en un tema grave. Le agradaba saber que a alguien le importaba también.

-En resumidas cuentas Pearlie está con un pelafustán y Shadow salió con un tipo que me agrada, pero que no es lo que se espera para ella por decirlo de algún modo, menos porque al parecer estuvo con varias muchachas más. Al menos el islandés tiene futuro, el otro…pues ya sabrás de su reputación, es un Malik.

- Se trata un poco de todo. Teníamos que hablar. -

Y era bien cierto, aunque no podía negar que el haberlo citado era solo una excusa para ponerse al día pues su holgazanería lo alejaba muchísimo de intentar estar al día sobre la situación que lo envolvía. Era eso, o su falta de convicción, o quizás que en verdad era lo suficientemente cínico como para seguir viviendo su cómoda vida y pretender que todo seguía bien. Todo eso le recordaba a alguien a quien no quería estar ligado de ningún modo y cuya lacra aún manchaba su apellido, su linaje y toda su idiosincrasia.

Pero tampoco podía mirar hacia otro lado, no tanto por Aldrich ni por sus primas, si no por su hermana, seguramente la única chiquilla por la que perdería el cuello sin dudarlo. Sí, sabía que Zola era una agitadora de las de toda la vida pero su osadía había resultado mezquinamente adorable en Hogwarts y por eso nunca había sido motivo de preocupación real. Ahora, sin embargo, todo ese torrencial y carácter podría costarle la vida. Porque si algo sabía, a sus veintiún años, es que rara vez la pérdida se limitaba a una facción determinada. Y podía estar siendo un paranoico, un tremendista, o quizás incurría en la más perturbadora de las realidades sin ser perfectamente consciente de ello. De un modo u otro, confiaba en Aldrich para que lo alertara de las buenas nuevas y también para echarle una mano cuando lo necesitara. Más que su familia, un término al que nunca le había concedido gran valor, era su camarada y eso era evidente entre los dos. No había lugar a dudas.

Escuchó con atención la historia de sus primas y le dio un trago al Whisky que su elfo doméstico ya les había servido. Sin poder evitarlo sonrió como un necio. - Deja que se diviertan, que jueguen a ser rebeldes. - otro sorbo, cada vez se sentía con más seguridad para trascender los límites de la cortesía decimonónica e irse de parranda elegante con su primo. - Y si la cosa sale mal… bueno, nosotros tenemos lo que tenemos por derecho. Y como tal sabemos cosas que ninguno de ellos siquiera intuirá. ¿Me equivoco? - una vez más estaba utilizando un pretexto, urdiendo una estratagema para emplear la violencia más desaforada como último recurso. Para anticiparse, sin trajes rimbombantes ni palabrerío prístino. Esa era la última baza para una persona que si bien nunca había sido agresiva jamás se había dejado pisar por nadie.

Y permitir que parte de sus parientes se malograsen de esa manera no podía significar otra cosa para un Edgar Stowe movido entre el orgullo y la apariencia. Se volvió a reír como si el tema no cobrase gran importancia para él pero era sabedor de que cuando algo le molestaba de verdad apelaba a su fría candidez para sobrellevarlo. Siempre había sido así.

- ¿Ya tienes la marca? - todo eso de los mortífagos le causaba mucho interés. Interés porque sabía que no había alternativa, que era un movimiento de ley. Todo aquel tema le causaba escalofríos porque no contemplaba el asesinato como un método viable, era una involución que los iba a llevar a la edad de piedra. Pero no sería él quién alzase la voz. Su posición era demasiado cómoda para atreverse a hacer algo semejante.